Manuel Coma
Los errores de Putin
Puede descender a una guerra civil, de la que esta semana hemos tenido un anticipo, o a una intervención militar rusa, lo que puede llevar a un caos generalizado, a la partición, a diversas formas de dominio de Moscú, a desbordamientos hacia el exterior, a un bandazo hacia Europa o a una estabilización sobre bases más equilibradas y saludables. El acuerdo firmado bajo presión europea el viernes día 21 señala hacia esta última y más deseable meta. Pacificaría los ánimos, llevaría a un más democrático reparto de poderes entre presidencia, gobierno y Parlamento y a elecciones anticipadas antes de fin de año. A las veinticuatro horas la situación está un poco más calmada, pero los manifestantes, sin tomárselo demasiado en serio, lo consideran más bien una victoria y no parecen dispuestos a las concesiones que les corresponderían: retirarse de los edificios y espacios públicos que ocupan. Todo lo contrario. Han aprovechado el repliegue gubernamental para incrementar su presencia. En el acuerdo les falta su reivindicación básica y más pasional: la dimisión de Yanúkovich, tan intensa como la de los rebeldes sirios respecto a Bachar al Asad.
El documento lo han firmado los dirigentes de los tres partidos de la oposición, que distan mucho de representar a los manifestantes. Esos partidos van a la zaga del movimiento, para no perder comba, no a su frente. Extraña e importante peculiaridad: la protesta no tiene cabezas visibles. Muchos de sus partidarios rechazan la violencia, pero no condenan sino que amparan a los extremistas que la practican. No olvidemos que la Policía antidisturbios ha tenido también muertos y antes de que todos los demonios se desataran. La brutalidad de la represión tiene un elemento de venganza por parte de las fuerzas del orden. Además Rusia se ha quedado de puntillas en el trato. Tres ministros de exteriores (Polonia, Alemania y Francia) han estampado su firma en calidad de testigos, pero el enviado especial de la federación rusa se resistió hasta el último momento.
Rusia es la clave y su baza es que hasta ahora ha estado dispuesta a llegar mucho más lejos por Ucrania que sus competidores occidentales. Éstos han cometido un garrafal error de cálculo al creer a finales de noviembre que Yanúkovich ya no podía dar marcha atrás en su compromiso con Europa. Putin consiguió cambiar las tornas de la noche a la mañana y la gente se echó a la calle en Kiev. Putin ha cometido otro error garrafal. Se gastó lo que a su país no le sobra en unos juegos olímpicos que demostrasen al mundo la grandeza de Rusia y a sus compatriotas su propia talla internacional. Esperaba que terminase lo de Sochi para meter mano de manera definitiva al asunto ucraniano, pero Ucrania le ha arruinado el «show» mediático-deportivo y lo ha dejado perplejo, limitando sus opciones y poniéndolo entre la espada y la pared: aflojar en sus aspiraciones ucranianas, que considera existenciales o recurrir a métodos que le harán chocar brutalmente con parte importante de la población del país que quiere mediatizar y le traerán el oprobio universal.
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