Lucas Haurie

Los Morancos y los polacos

Los Morancos, que son dos señores tela de graciosos, fomentan con sus espectáculos la pésima consideración que padecemos los andaluces fuera de la región. El tópico, la pandereta, la bata de cola, el travestismo y todo eso. No es una acusación sino una constatación: primero, porque ellos se ganan muy bien la vida de esa legítima manera; y segundo, porque más culpable del desaguisado que el humorista es el espectador lerdo que convierte la parodia en cliché. Dicho lo cual, es tristemente significativo el suceso que los han empujado a protagonizar esta semana en Barcelona. Se emplea en vano, con irritante frecuencia, la palabra fascismo. Es una pena, porque así pierde sentido en las ocasiones, como ésta, en las que podría ser usada con absoluta propiedad. Porque lo que Jorge y César Cadaval han padecido ha sido, ni más ni menos, que las consecuencias de la puesta al servicio de una idea política excluyente de todas las instituciones de una región (la radiotelevisión pública en este caso). Y esa idea totalizadora ante la que incluso la legalidad vigente ha de ser sacrificada es, ni más ni menos, que el delirio mitológico de un nacionalismo en armas. O sea, una pura agresión fascista de la que el dúo se defendió malamente ante la nada descabellada hipótesis de que unas respuestas inadecuadas en TV3 provocasen un problema de orden público en el teatro donde actuaban. No en vano, las hordas de «escamots» (el brazo paramilitar de ERC) han atacado recientemente sedes de medios de comunicación y de partidos constitucionalistas ante la impasibilidad de los mozos de escuadra. Salieron del paso como pudieron.