Policía

Los novios de Don Prudencio

La Razón
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En el último libro de cuyo autor habla estos días todo el periodismo patrio hay un episodio ilustrativo y dramático. Cuenta que en un viaje preadolescente a Lourdes en medio de una tormenta que había encharcado las tiendas de campaña le despertó el «aliento con hedor a cebolla» de su prefecto de clase. El hombre se acurrucó junto al muchacho y trató de manipularle «el bajo vientre», además de forzar un par de besos. Confiesa que consiguió dormir «un tanto turbado por la agresión» y despertó con el deseo de que fuera soñado y no vivido. Más tarde, convertido en su director espiritual, este sujeto en una charla sobre la higiene genital «echó mano a la bragueta» del chaval y trató de abrirla. Cuenta cómo ante la agresión notó un golpe de calor en la cara, se levantó bruscamente, estuvo a punto de vomitar y fue presa de un «profundo desamparo». Cuando se ha contado esto, que es el paso más difícil, lo que esperamos los lectores es el momento en el que se produce la denuncia, el relato de la lucha contra el agresor. Esa parte no llega, reconoce que «aquella experiencia repugnante» le turbó, que cuando empezaron a conocerse las denuncia de pederastia en los colegios tuvo la «tentación de personarse contra esos criminales», pero que desistió porque «no creía que aquellos episodios le hubieran marcado y porque temía que se considerara que trataba de sumarse al escándalo por simple afán de notoriedad». Ésta ha sido la desgracia de España y de otros países, la «omertá», la ley del silencio sobre los abusos en los colegios religiosos, que han dejado vidas destrozadas en la soledad de la culpa y el abandono. Cuando «The Boston Globe» y su equipo de investigación publicaron el escándalo de pederastia ocultado por la Iglesia y las autoridades locales ganaron un Pulitzer, en el cine ganó el Oscar a Mejor Película, pero sobre todo animó a las víctimas a denunciar a quienes les habían «jodido la vida». Aquí, según nos cuenta en «Primera Página» Juan Luis Cebrián, cuando en reuniones de compañeros «rememoramos los días de escuela» y «los asaltos a que eran sometidos muchos estudiantes por parte de profesores rijosos», alguien respondió «o sea ¿que tú también fuiste novio de don Prudencio?». Leído esto me gustaría saber qué pasó con esos Prudencios. Si se fueron a las misiones o si han compartido celda con otros «cerdos». El periodismo es contar historias, dar voz a los que no la tienen y tratar de evitar que esos «criminales» sigan con los chavales.