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Los reyes del método

La Razón
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Una ley de los Oscar dictamina que a más crujir de dientes y desmelene más posibilidades de ganar la estatuilla. Al despiporre interpretativo le llaman Método, que es pero no es la técnica que inventó Stanislavski y perfeccionó Lee Strasberg. Paul Newman hasta las cejas de huevos duros. Robert De Niro a bordo de un taxi o a dieta kamikaze de cannoli. Jack Nicholson como una chota en «Easy Rider», «Alguien voló sobre el nido del cuco», «El resplandor» y... bueno, vale, Nicholson como un cencerro casi siempre. De aquel Marlon Brando aguijoneado por Capote llegamos a un Jared Leto enloquecido en el plató de «Escuadrón suicida». Leto interpreta al Joker y la sombra de Heath Ledger pesaba como un elefante. De modo que optó por atiborrarse de vídeos con ejecuciones reales en sus ratos libres y enviar de regalo animales muertos a sus compis. Para ser y sentir el Joker. Algo así. Por supuestísimo que sus imbecilidades no mejoraron la calidad de su trabajo, pero engrasan artículos y confieren a Leto una credibilidad extra. Angelica Jade Bastién escribe al respecto en la revista «The Atlantic». Obviemos que a Bastién el Método y su parodia le interesan para denunciar el machismo. Que si a las actrices no les está permitido hacer el memo y que si blablablá. Pero conviene leerlo por lo que tiene de pompa fúnebre de una intragable forma de hacer películas. La culpa, dice, es de Daniel Day-Lewis y su Pie izquierdo, de Christian Bale y Philip Seymour Hoffman. O mejor, de sus imitadores. Convencidos de que el buen actor se empondera llevándose el papel a casa para aterrorizar al vecindario. El sursuncorda del asunto sería Leonardo DiCaprio, que pasó de canturrear en la popa del Titanic a comer hígado crudo de bisonte en la última de Iñárritu. No comparto la inquina contra Leo, capaz de escupir el papel que le asignaron, de ídolo deshuesado, para convertirse en fetiche de Scorsese. Sí creo con Bastién que en las historias bizarras sobre actores que engordan y adelgazan, o se quitan los piños, o se tiñen de añil el pubis y duermen en pelota en mitad de la taiga, subyace el afán por que olvidemos las prebendas de un oficio mejor pagado, y más agradecido, que el de paleta en el andamio. También que en las leyendas a cuenta del transformismo para domeñar un papel hay mucho de mercadotecnia, de mira lo que hizo con tal de meterse en la piel del Joker y hasta qué punto merece todos los premios. En tardes impares me da por elucubrar con lo que pensarían de semejantes botarates tipos como James Stewart, Gregory Peck o Marcello Mastroianni. Y lo peor no son los actores, sino sus equivalentes políticos. La retórica de barricada de Hillary Clinton, su afán por camelarse a los chicos Sanders, nostálgicos del noviembre rojo que no veremos, o la viscosa solidaridad de Donald Trump para con los desahuciados del carbón. Política Strasberg, «bullshit» al cubo, para histriones de cuarta.