Unión Europea
Los Roper
El Reino Unido ha regresado a los Roper. George, ese antecedente «british» de Homer Simpson, y Mildred, la avinagrada señora que no estaba bien servida entre las sábanas, al contrario que Marge Simpson, que presume de satisfecha, habrían votado a favor del Brexit. Soportaban a duras penas a sus inquilinos pata negra. Con los paquistaníes hoy harían una tarta de frambuesas. El imperio también tenía, y al parecer, todavía tiene, a sus Martínez Soria, y echan de menos eructar en público como un «hooligan». Cuando la «working class» no tenga a quien echarle la culpa de todo lo que denuncian críticos de la antigua izquierda como Ken Loach, se volverá contra esos políticos que les prometieron que vivirían en «Downton Abbey», ese Nigel Farage, por ejemplo, el prototipo inglés que usa ligueros debajo del traje y que para ahogar su frustración anega toda la tripulación de un país.
No me sumo al llanto continental por haber perdido a la joya de la corona como si viviéramos un nuevo desastre del 98. Ellos sabrán. Y nosotros también. Creo que empezarán a sentir nostalgia de Benidorm y de las despedidas de soltera de Magaluf donde los sostenes valen ya menos que los bolsos de la Reina. Ojalá que les vaya bonito y a la Unión Europea todavía mejor. Me temo que no será así. Enrique VIII ha vuelto a decapitar esposas y crear su propia Iglesia en la que los feligreses se creen libres y divinos, pero no los librará de rezar por sus vacas sin cencerro. La Gran Bretaña se desintegra en sí misma con falda escocesa y cánticos irlandeses de nariz colorada. Si Europa no tuviera complejos se haría con un buen arsenal defensivo y no mentiría a sus ciudadanos para evitar ser el sándwich que se merienden Trump y May, la cínica premier que amenaza con tomarnos el pelo y hacerse un simpa por la cara. El paraguas y el bombín son ya una garrota y una boina. El triunfo de los Roper, que son al cabo el origen del populismo, debe salirles caro. Theresa May y sus secuaces deberían andar a cámara ligera persiguiendo su ideal romo de la misma manera que Benny Hill iba detrás de señoritas ligeras de ropa. Como Andrés Pajares y Esteso. ¿O acaso pensaban que la caspa era patrimonio nacional de España? La diferencia es que, mientras nosotros echamos tierra sobre nuestro pasado, ellos lo reivindican. Nosotros nos llamábamos ridículos y a ellos extravagantes que es la manera «cool» de ser igual de horteras.
Lo dicho. Llegará el día en que si vuelve la crisis o se hace eterna el pueblo buscará culpables y no estará Angela Merkel, sino la señora May, si es que sobrevive a su propia Armada Invencible. Pareciera que los ingleses hubieran aprendido a hablar catalán en la intimidad, esa manera de buscar problemas por puro aburrimiento existencial. Puede que Europa caiga como otra pieza más del nuevo dominó mundial que se juega en el siglo XXI, pero mientras tanto los hijos de la Gran Bretaña vivirán su «Trainspotting», el colocón de creerse el ombligo del mundo que es ya un cuerpo amorfo que no necesita de cordón umbilical.
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