Alfonso Ussía

Los Villarriola

Ignoro dónde se halla Rajoy. Sospecho que en La Moncloa, luchando contra su abatimiento. Se siente perseguido. El gran problema de Rajoy no es otro que su más feroz perseguidor está instalado en su conciencia. Es tan hondo su desasosiego que parece decidido a prescindir del matrimonio Villarriola, una de las fundamentales causas de sus desdichas. Los Villarriola, desde Aznar hasta hoy, eran intocables. Aznar, por orden de él, le hizo a ella ministra de Sanidad. Terminó el experimento como el rosario de la aurora, y Ana Pastor puso orden en el desaguisado. Se dice que fueron los Villarriola los que convencieron a los Aznar a elegir El Escorial para la boda de su hija. Aquella decisión quebró el bien dibujado perfil de austeridad castellana del que fue un buen Presidente del Gobierno con apoyo minoritario y un ególatra del carajo de la vela cuando alcanzó la mayoría absoluta. Nada tiene que ver el amor y una boda con la política, pero a partir de ahí la firmeza se tornó en duda y la soberbia en el primer punto del Orden del Día. Para colmo, el «cocker» mordió a Cascos en la pantorrilla y a Rodrigo Rato lo persiguió por los jardines de La Moncloa con deseos irrefrenables de mutilación. No era tonto el «cocker». Los chismosos que se reúnen siempre en las cercanías del poder propagaron por salones y cenáculos que el «cocker» mordedor había sido regalado a los Aznar por los Villarriola.

Zapatero y el PSOE estaban hundidos, y Rajoy ganó con mayoría absoluta. En el PP se valoró con gran generosidad el trabajo en las cocinas del esposo Villarriola, sin reparar que en aquella situación de desmoronamiento socialista hubiera obtenido la mayoría absoluta cualquier candidato «popular». Me duele escribir que al día de hoy, añoro en muchos aspectos a Rodríguez Zapatero, que al menos era valiente para culminar sus graves y continuas equivocaciones. Lo primero que aconsejaron los Villarriola a Rajoy fue subir los impuestos que había prometido rebajar en su programa electoral. Y lo hizo. Adelgazó brutalmente a la clase media trabajadora, que no a la rentista, y se opuso a adelgazar el Estado, ese golfo y nefasto administrador de España. El encargado de hacerlo fue Montoro, que no sólo no pidió disculpas sino que cumplió su cometido con risitas chulánganas. Rajoy fue desafiado por el separatismo catalán, y no se atrevió a cumplir con su mandato constitucional, sobradamente justificado. Los Villarriola le convencieron para que retirara la también prometida Reforma de la Ley del Aborto de Bibiana Aído, reforma que Rajoy le había encomendado a su ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón. Se trató de una de las promesas fundamentales de su campaña, y un estudio simple y caprichoso de los Villarriola fue suficiente para que traicionara a millones de sus votantes. Habría ganado las elecciones sin prometer semejante Reforma, pero lo hizo, y para no molestar a los Villarriola despreció a una buena parte de los españoles que le confiaron el voto. Ella mujer del Partido y él, colaborador por libre y emisor de suculentas facturas. El desafío separatista catalán se hizo insoportable, y un Rajoy callado y temeroso se limitó a recurrir el «derecho a decidir que otros no decidan» al Trbunal Constitucional, dejando en la trastienda el eco constante de la palabra «diálogo». Y estalló el escándalo de la corrupción. Los Villarriola calificaron a los estalinistas emergentes de «Podemos» de «frikis sin futuro». Es de esperar que no facturaran por semejante vaticinio sociológico. Porque Villarriola es sociólogo y demoscópico, una pica en Flandes.

El PP puede recuperarse. Tiene un suelo electoral firme. Pero necesita la misma firmeza en sus líderes. Una renovación total. No sirve la solución del diario «El País», proponiendo la sustitución de Rajoy por Soraya Sáenz de Santamaría. Soraya es a Rajoy lo que Rajoy a Soraya. La presidenta de Andalucía se ha comprometido valientemente a expulsar a todos los imputados por corrupción, incluidos, si el Supremo así lo decide, a Chaves y Griñán. Rajoy está en otras cosas. Contempla el paisaje y retrasa sus decisiones y movimientos. Me aseguran que al fin ha decidido prescindir de los Villarriola. Cuando lo haga, con toda probabilidad, la España arruinada que heredó, pero España todavía, habrá dejado de ser España.