Pedro Narváez

Madrid contra los bárbaros

L as Olimpiadas no son un juego. Si mañana Madrid consigue el sueño de 2020 España tendrá su propia Diada, otro motivo para celebrar que sigue viva aunque algunos la suiciden en su celda, como al monstruo de Cleveland, por raptar y violar a sus hijas. De Barcelona 92 a Cataluña 2013 la tolerancia se ha tornado totalitarismo. Entonces lo importante era participar, que es lo que dicen los deportistas con la boca pequeña de la falsa modestia, y ahora el césped del juego es un campo de batalla por el que deambulan traidores y mercenarios a sueldo de TV3. Lo significativo de la cadena humana es que es una cadena. Mas quiere encerrar en las mazmorras a su pueblo para que se pregunte si la vida es un frenesí, una sombra, una ficción y que toda la vida es un sueño que rara vez se cumple para atormentarnos en la melancolía. Segismundo contra Mas redivivo en Fernando VII, el rey que dejó Cádiz en los huesos de la chirigota. Este siglo tiene edad de adolescente adicto al pesimismo y a la derrota.

Mas le ha dado una excusa para ser rebelde sin causa que es lo típico de los niños bien que corren por la autopista en dirección contraria. Madrid, que es más de barrio y apellidos anónimos en el banco del parque, no busca una utopía sino un puesto de trabajo en la Peineta. Y así, la ciudad, usada como el estigma de la opresión, puede liberar a España de esa incertidumbre que la tiene entre el diván del psicoanalista y el botellón de declaraciones infames por ridículas. Elena Valenciano dijo, tras escuchar a Susana Díaz en el Parlamento andaluz, que había asistido al primer discurso del siglo XXI. Cincuenta años después del de Luther King. Sería de justicia poética que la Historia enmendara a los salvapatrias que reniegan de ella. Aunque las Olimpiadas se queden de nuevo en un juego de perdedores.