Alfonso Ussía
Manu
Manu Leguineche se ha ido. Nació en un caserío inmediato a Guernica y ha muerto en Brihuega, el lugar que eligió para vivir, amar y morir. «Manda narices que a estas alturas de la vida la gente me pregunte si soy hijo de Luis Escobar». El gran Luis, marqués de Leguineche en la saga de Luis Berlanga con la «Escopeta Nacional» de origen. Manu, el inmenso periodista, la inconmensurable decencia, el hombre bueno, seco, escueto y siempre admirable. Roble vasco en Vietnam. «Cuando acompañaba a una patrulla americana por la selva, y mi intuición me decía que iba a explosionar una granada o iniciarse una refriega a tiros, era yo el que gritaba ¡Al suelo!, y no te puedes ni figurar cómo me obedecían». Manu, el amigo constante. Le divertía que le contara la errata de su libro encuadernado. Lo he escrito. Cuando podía, que ya no puedo, encuadernaba los libros de mis grandes amigos. Coincidieron en el encuadernador la primera edición del «Hombre Atónito» de Antonio Mingote, y el estupendo ensayo de Manu Leguineche «Filipinas es mi jardín», en el que retrataba con precisión las Filipinas de Marcos e Ymelda. El encuadernador se equivocó al dorar el lomo de los libros, y el «Hombre Atónito» de Mingote se convirtió en «¡Hombre, Antonio!», y el de Manu pasó a ser «Leguineche es mi jardín» y su autor, Manu Filipinas. En Moscú, con Antonio Burgos, José María Carrascal, Pepe Oneto. Escondía como nadie las latas de caviar para superar las aduanas. Marchó, ya en nombre de su agencia «Fax Press», a la guerra de Iraq. En su cinturón milagroso, llevaba más de cincuenta millones de pesetas en dólares. Ya de salida, vía Jordania, pagó por una botella de agua mineral más de cien mil pesetas.
–Así es la guerra–. Dio la vuelta al mundo en un coche. «El Camino más Corto». París, Madrid, Jerez, Rabat, Argel, Trípoli, Bengasi, Alejandría, El Cairo, Beirut, Jerusalén... Y Nueva Delhi, Benarés, Calcuta, barco hasta Bangkok, Singapur, Bali, Melbourne, Sidney... Y al final, de nuevo, España. «Lo mejor de un viaje es volver». Manu, amigo y maestro de todos, respetuoso con las ideas que no compartía y seco con las que se acompañaba. Teórico del mus, como buen vasco. Y sabio jugador simultáneamente. De vuelta de Berlín, donde asistimos a la caída gozosa del muro de la tiranía comunista, una tormenta terrorífica. Manu, ducho en decenas de guerras, se sentía indefenso en el baile escandaloso del avión, que parecía de papel. Se dirigió a una bellísima azafata. «Señorita, ¿me podría dar la extremaunción?».
Manu, la voz cálida y sabia de las tertulias de Luis Del Olmo. El que jamás criticaba a los idiotas y los fanáticos. Simplemente sonreía cuando oía las bobadas que emergían de sus innecesarias bocas. Siempre indulgente. «Lo peor de viajar es encontrar, que a tu vuelta, no te espera nadie, que estás sólo». Manu, tan sintético en los hablares y tan extenso en los escribires. «Me pongo a escribir, y cuando me doy cuenta llevo cuarenta páginas y todavía no he despegado de Madrid». Manu, uno de los últimos señores andantes del periodismo, capaz de despreciar una noticia a cambio de no hacer daño. Sus charlas en Brihuega, instituidas por su entusiasmo. Manu en silla de ruedas, la mirada perdida, la voz desvanecida, la sonrisa siempre presente. El maestro, el ejemplo, el humanismo cristiano inmerso en todos sus movimientos. La comprensión, la indulgencia, el indescriptible talento e ingenio cuando narraba sus aventuras.
Nació roble y se marchó álamo. Un álamo quebrado por una enfermedad degenerativa. «No vengas a verme porque no quiero que me recuerdes así». Dios te abrace y te bendiga, Manu Leguineche, amigo del alma, norte de la dignidad, hacedor del último señorío del periodismo en España. Agur Jaunak.
✕
Accede a tu cuenta para comentar