Martín Prieto

Mas contra el teorema de Pitágoras

Arnaldo Otegui, «el chico bueno de ETA», conducía el automóvil con el que se intentó secuestrar a Gabriel Cisneros, uno de los redactores de la Constitución vigente, intentona terrorista saldada con una gravísima herida de bala al diputado popular que supo escabullirse como una ardilla. Corresponde a la lógica de las cosas que el president de la Generalitat cuente con su criterio para definir el «derecho a decidir» que revolucionará la historia de la jurisprudencia tal como el Código de Hammurabi de los sumerios babilónicos. Para «derecho a decidir» el de Otegi en la tesitura de optar por meter a un padre de la patria en un zulo o asesinarle directamente. Cabe suponer que Artur Mas cuando, pasa delante de una vidriera, eyecta el mentón y se reojea imaginando la estatua a la que aspira; a caballo y de traje quedaría ridículo, y de cuerpo entero parecerá un comercial. El «derecho a decidir» equivale a que Mas y sus aventajados discípulos declaren, incluso con la mayoría absoluta, que en todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es el triple de la suma de los cuadrados de los catetos. Si se ha matado tanto por decisión libérrima ¿por qué no asesinar a Pitágoras? Cuando Juan Alberto Belloch era biministro de Felipe González en Interior y Justicia, abría con pinzas las misivas de Fernando Paesa para no dejar sus huellas, y tras el anegamiento de la Exposición del Agua en Zaragoza ha recobrado la cordura proponiendo la intervención constitucional en Cataluña. El angelical Zapatero, maestro del buenismo, decretó por primera vez en democracia el Estado de Alarma por una huelga de controladores, y no pasó nada. Intervenir Cataluña no es asunto de tropas y blindados sino de recordarle a Mas que es el máximo representante del Estado en su autonomía y, de empecinarse, sustituirle por un gerente durante un tiempo predeterminado hasta que baje el «soufle». No hace falta ni la Guarda Civil: los Mossos son Policía estatal. Consta que intervenir es la última opción del presidente Rajoy, pero dejar la idiocia de la decisión traerá migrañas.