Cristina López Schlichting

Me convenció

El de ayer fue un gran discurso de Estado. Un ejemplo de oratoria contundente, serena, con sentidas alusiones personales y afirmaciones lapidarias. Lástima que no hubiese preguntas. Los españoles tendremos en Internet la declaración de Hacienda del presidente y su relación patrimonial, aunque sabemos que el dinero negro lo es justamente porque no se declara. Mariano Rajoy dijo lo que dijo y yo, que tenía mis dudas, le creo: «Es falso que jamás haya cobrado sobresueldos ni los haya ordenado pagar»; «En el PP no hay cuentas opacas a Hacienda»; «Lo publicado por «El Mundo» son «infamias» y «Lo que sacó «El País», una muestra de «fariseísmo». Pero soy periodista y no pongo la mano en el fuego por nadie gratuitamente, de modo que no tengo certeza de que otros no hayan cobrado de Bárcenas o Correa. El tiempo y los tribunales dirán y que cada palo aguante su vela. Los que resulten enfangados, a la calle, como hizo Esperanza Aguirre. Por eso creo que Ana Mato debiera considerar su dimisión, por el bien del partido. No es de recibo que la ministra que tiene que recortar las urgencias nocturnas fuese subvencionada por Gürtel en las comuniones y fiestas de sus hijos, aunque no lo supiese (que no sé cómo no podía saberlo). En el discurso me pareció crucial la tremenda desautorización de Alfredo Pérez Rubalcaba. Es verdad que el «jefe de la oposición», como lo llamó el presidente para dejar clara su responsabilidad, ha cometido un error político al enrolarse sin más con las elenas valenciano y los cayo laras. «Lamento –señaló– que haya dado crédito a las insinuaciones». El del caso Faisán y los GAL, el lugarteniente de Zapatero, ha quedado a la altura del betún. En una gravísima circunstancia socioeconómica, con seis millones de parados, un signo de interrogación internacional sobre nuestro dinero y muchísimo sufrimiento por los recortes, los españoles necesitaban un presidente y Mariano Rajoy demostró serlo. Es mucho más que un asunto de afectos o de partidos, responde a la urgencia de que un jefe de Gobierno encabece el duro camino que estamos llevando a cabo. Interesante, en fin, ese Mariano que nunca habíamos visto, impelido a salir de su galleguismo por la gravedad de la situación. El Mariano de 23 años que, como registrador de la propiedad, hubiese ganado mucho más dinero que en la política; el Mariano con profesión propia; el Mariano pudoroso; el Mariano que confiesa que su único propósito es sacar a España de ésta. Mi enhorabuena, con todas las reservas.