Luis Alejandre

Medjugorje y el Rey

Medjugorje era un pueblo sin atractivo histórico o cultural, situado al suroeste de Mostar, de población mayoritariamente católica, que vivió durante decenios la dictadura comunista de Tito en una región –Bosnia– de mayoría musulmana.

La aparición de la Virgen María a unos niños en 1991, cuando la fratricida guerra Yugoslava estaba en su inicio, cambió su vida, a pesar de que la Iglesia mantiene con su habitual prudencia que «no es posible establecer que hubo apariciones o revelaciones sobrenaturales» en palabras del cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero lo real, es que a Medjugorje han llegado desde entonces 30 millones de peregrinos, muchos de ellos españoles.

De estos, unos no precisamente peregrinos sino soldados, establecieron allí el cuartel general de la Brigada española que operaba en Bosnia en misión de imposición de la paz, en una guerra que el general Fulgencio Coll definió como «conflicto decimonónico; una guerra cruel en la que se invocaba la limpieza de raza, los nacionalismos exacerbados y el fanatismo religioso». Desde comienzo de los noventa España se involucró en el proceso, primero bajo iniciativa de la Unión Europea, después bajo bandera de Naciones Unidas (UNPROFOR) y finalmente tras los acuerdos de Dayton de diciembre de 1995, bajo una eficaz OTAN que desplegó 58.000 efectivos (IFOR) que fueron reduciéndose progresivamente a partir de 1996 con la fuerza de estabilización (SFOR) y finalmente volviendo a la UE con la operación ALTHEA.

A partir de Dayton, tras la tragedia de Srebrenica y de la utilización de fuerzas de UNPROFOR como escudos humanos, se resolvió definitivamente el conflicto aplicando estrictamente las duras medidas del Capítulo VII de la Carta de NN.UU. Por supuesto a costa de sacrificios. España que llegó a desplegar 1.750 efectivos estuvo presente en muchas zonas: Mostar, Trevinge, Stolac, Jablanica, Dubrovnic, Ploce y Medjugorje. De los mas de 47.000 soldados, infantes de marina y guardias civiles, que sirvieron en Bosnia, muchos conocieron un aparthotel construido para peregrinos, al pie de la montaña en la que se venera la Virgen de Medjugorje.

Como director del Gabinete del buen ministro Eduardo Serra, llegué a primeros de 1998 a Mostar a fin de preparar con la máxima confidencialidad la visita de S.M el Rey prevista para el día 5 de enero. Aquel día celebraba su sesenta aniversario, adelantaba la Pascua Militar para celebrarla con «sus compañeros de armas, en zona de riesgo y fatiga» primero en los destacamentos de Bosnia y por la tarde en Aviano con nuestros hermanos del Ejército del Aire.

Instalado yo en Medjugorje bien arropado por el general José María Tomé, difícilmente podía mantener la confidencialidad de mi viaje, por mucho que jurase que me interesaban las apariciones de la Virgen. Tomé es un aragonés recio, duro como la piedra, curtido en el Sahara y en los Pirineos, con alma de misionero que ahora desarrolla especialmente en Angola. Para ponerme a prueba me prestó vestuario deportivo y me invitó a ascender al Santuario con su gente, sin la menor detención en las estaciones del Vía Crucis y al ritmo de sus bien entrenadas tropas de montaña. ¡Bien sabe que me acuerdo de aquel especial vía crucis!

El Rey llegó al aeropuerto de Mostar a primeras horas del día 5. Le acompañaban los generales Valderas, Faura y Lombo. A pié de escalera, Javier Solana el secretario general de la OTAN –no le templó el pulso al autorizar claras operaciones de guerra– y Carlos Westendorp, Alto Representante para Bosnia-Hertzegovina. La visita de S.M. permitió reunir en la plaza de España de Mostar a diferentes autoridades regionales y municipales de los dos bandos encontrados: musulmanes y croatas. La fría distancia inicial entre ellos fue rápidamente fundida por la innata capacidad del Rey para unir, para integrar. Emocionante el homenaje a los 18 españoles fallecidos hasta entonces en tierras balcánicas.

Tras Mostar, S.M. se desplazó a Medjugorje donde almorzó con el grueso del contingente español. Recuerdo un momento que retrata claramente su forma de ser. Recorría las instalaciones de la Brigada ubicadas en el apartotel y en contenedores, entre medidas de seguridad estrictas porque el conflicto no estaba resuelto. De pronto el Rey vio unas cabezas cubiertas por gorro blanco que asomaban por una lejana ventana. Eran del personal femenino local que trabajaba en las cocinas. Dejando la comitiva se fue directo hacia ellas. De aquella cocina salieron gritos de sorpresa y de agradecimiento. ¡También se ayuda a pacificar un país repartiendo muestras de cariño entre sus gentes más sencillas!

S.M . dejó atrás los sesenta, el general Tomé no creo que siga escalando montañas. Otras generaciones siguen al pie del cañón en Herat, en Djibuti en Líbano o en Mali, con la misma lealtad y compromiso de servir siempre a España. El espíritu de la Pascua Militar sigue vivo. ¡Por muchos años!