Alfonso Ussía
Miedo
Las memorias más desagradables de mi infancia son los recuerdos del circo. No me gusta el circo. Solicito perdón por ello. El payaso tonto no me hacía gracia y el listo me producía terror. Esa cara pintada de blanco, la ceja derecha desproporcionada, la voz chirriante, los labios, y ese traje brillante y alentejuado absolutamente intolerable. Me aburrían los domadores de leones previamente adormilados, los números de los caballos y elefantes, las focas y los perritos que jugaban al fútbol. Y la densidad del aire, el olor a choto. He acudido en dos ocasiones al circo. Y no habrá tercera. Lo lamento por la evocación de Pepe Mario Armero, que poseía una colección de carteles de circo tan rica como la de carteles de la Guerra Civil. Le encantaba el circo y sus circunstancias, y cuando hablaba de sus entresijos y bambalinas detenía su mente conspiradora.
Jamás he sentido miedo al tiro en la nuca de la ETA. Se trata de una décima de segundo que lleva al tiroteado de la luz a la oscuridad en una ráfaga de milésimas. Pero si advierto que un «rotweiller», un «doberman» o un perro se dirige hacia mí con evidentes deseos de mutilación, me estercolo. – No te preocupes que no hace nada–, dice el dueño mientras el perro se lleva a la boca el filete de una pierna. Nunca he sentido miedo ante una mujer, excepto si es pelirroja y me mira con fijeza. Y espero que no se sientan ofendidas las pelirrojas, en su mayoría irlandesas o escocesas del noroeste. Me dan miedo las ratas, los hornos, las sartenes, los enchufes, los laberintos, los gigantes y cabezudos y los cocodrilos cuando cruzo un río en África. Afortunadamente no es habitual lo último. Tolero, y hasta disfruto en una tormenta en la mar, pero me mosquean los rayos y truenos en tierra. Son muchos los miedos que nos acompañan durante la vida, pero ninguno comparado con el del payaso listo.
Hasta hoy.
Durante la siesta, y mientras ofrecían en la Uno y en Teledeporte los Juegos Olímpicos he visto los ejercicios de las gimnastas nadadoras de la sincronizada por equipos. Ocho mujeres. Todas ellas iguales. Las españolas, las chinas, las rusas, las ucranianas y las turcas, siempre que hayan participado las turcas, que no estoy del todo seguro. Falsas risas. Ridículo desfile por el borde de la piscina. Meritorias actuaciones, pero con el miedo como protagonista. Esa sonrisa falsa en pleno esfuerzo dota a estas jóvenes mujeres de una mirada satánica, mefistofélica, y de muy complicada asimilación. El atleta no sonríe mientras corre. Ni el tenista cuando devuelve una bola, ni el remero al introducir su pala en la superficie del agua. Pero a estas chicas les obligan a sonreír continuamente, y esa obligación, a fuerza de repetirse, resulta aterradora, estremecedora y horripilante. Hoy, el payaso listo ha pasado a un segundo plano, lo cual nada me entristece, aunque me preocupe.
Un trasfondo, por otra parte, acentuadamente machista. ¿Por qué obligan a las mujeres a sonreír en pleno esfuerzo y no a los hombres? ¿Acaso creen los especializados en este dificilísimo y aún más cursi deporte que esas sonrisas enlatadas, fingidas y exageradas mejoran la calidad, precisión, sincronización y belleza del ejercicio? Todo lo contrario. Lejanía de la naturalidad. En el deporte, la victoria o la derrota exigen una medida de respeto. Esas jóvenes mujeres se están medio ahogando, y en lugar de respirar cuando emergen a la superficie, se ríen. Y no se les despintan los ojos, ni se les desboca un mechón de pelo, ni poseen la fuerza de la individualidad. No son reconocibles. Metes a una china en el equipo español y a una española en el conjunto chino, y los jueces ni se enteran.
También me dan miedo los políticos imprescindibles, los que no ganan con la holgura que antaño tenían y los que pretenden gobernar con un saco menguado de votos. España, probablemente les importa un bledo, y siento miedo por un futuro de España en manos de los vengativos, de los vagos, de los ineducados y de los resentidos. No obstante, ahí el miedo es recíproco porque ellos también lo sienten. Me dan miedo las avispas, las serpientes y los tiburones blancos. Soporto con gallardía la carga de un jabalí, pero creo que se notaría en las sedas de mis gayumbos la embestida de un toro bravo. Me dan muchísimo miedo los tontos, y con especial rigor, los tontos que no saben que lo son. Y repito, el payaso listo.
Hasta hoy.
A partir de ahora, mi pesadilla más abrumadora será la que me lleve a soñar con las gimnastas del agua, las sincronizadas. Muy meritorias, eso sí, pero profundamente inquietantes.
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