Pedro Alberto Cruz Sánchez
Miedo a no estar
Todo el mundo del arte contemporáneo cuestiona ARCO, pero, sin embargo, nadie se atreve a ausentarse. Los precios del metro cuadrado para cada stand son desorbitados para los tiempos que corren; no hay facilidades de pago; la rentabilidad ha ido disminuyendo durante estos años de crisis hasta el punto de que la presencia en cualquier feria iberoamericana resulta más beneficiosa para las galerías españolas; la subida del IVA cultural convierte en inviable la competencia con galerías extranjeras, que venderán las mismas obras que los establecimientos locales a mucho menor precio... En definitiva, que, después de esta retahíla de quejas fundamentadas que, un día sí y otro también, se propagan entre la constelación de universos del arte español, la interrogante que de inmediato surge es: y, entonces, ¿por qué van? ¿Cuál es la razón oculta para que, incluso las galerías catalanas, se hayan desdicho de su primera decisión de no acudir a ARCO 2013 y terminen por sucumbir a ese temor atávico de no salir en la foto del gran sarao del arte español?
La pregunta, sin pretenderlo, no puede dejar de ser capciosa, en la medida en que remueve muchos de los males profundos del sistema artístico español: un sistema cobarde, inmovilista, que sobrevive por mor del impulso de dinámicas antediluvianas, absolutamente anacrónicas y borrachas de un espíritu nostálgico incapaz de reconocer la realidad presente a un palmo de distancia. Ni siquiera en un momento tan dramático como el actual, en el que la mayoría de las galerías españolas se encuentran al borde de la quiebra, se es capaz de alterar aquella máxima esteticista del modo de ser patrio por la cual la ruina debe disimularse con la perfecta compostura pública de un hidalgo.
El problema, indudablemente, no es ARCO; lo verdaderamente preocupante y vergonzoso es que, treinta años después, el arte español sólo tenga ARCO. Y, claro está, cuando todo se juega a una partida, quien no esté sentado en la mesa no existe. Aunque para asistir a ella haya que desempolvar los trajes de lujo, emblemas de un mundo de opulencia que se fue, pero en cuya rememoración exacta y verosímil todos los supervivientes no dudan en participar a costa de lo que sea. El pasado ya está aquí –un año más–.
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