Alfonso Ussía

Milla de oro

La Razón
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No todo el chavismo está parapetado en Caracas para imponer su fuerza bruta a la manifestación de la libertad. Todos los caminos de Venezuela, incluidos los de las selvas del Amazonas y el Orinoco llevan a Caracas. Desde su horripilante despacho de Miraflores, con esos retratos de Bolívar que parecen rescatados de un almanaque de los que regalan en Navidad y adornan las gasolineras, Maduro diseña su estrategia de represión. Lo ha dicho: «Todos los bolivarianos están llamados a repeler a la muchedumbre de la derecha venezolana». Entre esa «derecha» venezolana destacan más de mil indígenas del Estado del Amazonas que recorren descalzos y desnudos los setecientos kilómetros que separan sus poblados de los rascacielos caraqueños. Y desde el norte, con el monte Ávila de centinela, miles de venezolanos que piden alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad, se apresuran a superar la fortaleza del Ávila para alcanzar la cloaca bolivariana de la ciudad herida. Pero Maduro ha errado los cálculos. No estarán todos los bolivarianos. Al menos, una bolivariana ha renunciado a la defensa del régimen y volado hasta Madrid. Ya en Madrid, después de descansar en la gran suite del Hotel de lujo, ha recorrido con parsimonia y levedad la espectacular Milla de Oro de la calle de Serrano, reunión abigarrada de las tiendas, franquicias y comercios más atractivos del mundo.

Para que los bolivarianos que aún no conocen Madrid y están deseando hacerlo para gastarse el dinero que han robado al pueblo de Venezuela me apresuro a recomendarles. El Ritz y el Palace, los dos grandes de la tradición hostelera de Madrid están ubicados en una zona más cultural que comercial. Forman parte del rectángulo de oro del Arte. Museo del Prado, Casón del Buen Retiro, Salón de Reinos, Museo Thyssen, Museo Naval, y el Real Jardín Botánico. No creo que les interese tan grandiosa esquina del mejor Madrid. Pero en la teta de la Milla de Oro Comercial se ubica el Hotel Villamagna, también de inmejorables instalaciones y servicios. El Villamagna tiene su puerta principal en el Paseo de La Castellana, pero cuenta con una entrada por Ortega y Gasset –antaño Lista– que desemboca en Serrano. En menos de veinte minutos de paseo arriba y paseo abajo, se toparán los bolivarianos con las mejores joyerías, tiendas de moda, firmas internacionales e incluso, Serrano hacia Alcalá, con un Zara excepcional. Es calle, la de Serrano, de taxis inmediatos, que los transportarán al hotel en cinco minutos, y después de descargar las bolsas, amablemente les llevarán de nuevo al núcleo de la riqueza comercial. Desde Serrano con Jorge Juan a Serrano con Juan Bravo, y afluentes diversos. Maldonado, Ortega y Gasset, Don Ramón de la Cruz, Ayala, Hermosilla, Goya y Jorge Juan, ya mencionada. Todo a mano.

Ahí, mientras los bolivarianos que roban y los que se dejan robar o los que ignoran que están siendo arruinados por una banda de ladrones, se preparan para rechazar la manifestación de la libertad, la hija del general narcotraficante Diosdado Cabello, se está puliendo en Madrid, en la Milla de Oro, una considerable ración del queso de su papá. Tiene todas las tarjetas de crédito, y como sus amigas, las hijas de Chávez, cuentas corrientes y desbordadas de dólares en Andorra, Liechtenstein y Suiza. Puede antojarse poco patriótica su estancia en Madrid, pero a ella lo de la Patria bolivariana le tiene sin cuidado ante un modelo de Prada, un reloj de Búlgari, un pañuelo de Hermés o una maleta de Louis Vuitton. Hay que intentar entender a estas chicas, tan necesitadas del cariño paterno, que por óbito o exceso de trabajo, no pueden acariciar con mimos sus pieles juveniles.

Serrano arriba, calle de María de Molina hacia el río natural de La Castellana, en Álvarez de Baena, las bolivarianas podrán degustar los platos de «Zalacain», uno de los pocos templos gastronómicos que en Madrid sobrevivieron a la crisis. Y Serrano abajo, superada la Puerta de Alcalá, ya en Alfonso XII, se toparán con Horcher, la cumbre de la gastronomía hispano-alemana, establecida durante la Segunda Guerra Mundial, y hoy regentada por la maravillosa Eli Horcher, que es un paisaje en ella misma. Y «Embassy», donde conocerán a las más ilustres marquesas viudas de Madrid, siempre que elijan una mesa en el interior y no en una terraza, que la nobleza y las terrazas en Madrid no son compatibles.

Vengan y disfruten lo que ya ha disfrutado y comprado la hija de Diosdado Cabello, mientras los indígenas del Amazonas cubren descalzos los setecientos kilómetros que separan sus selvas de la prisión bolivariana y de la mazmorra de Leopoldo López. Se pasa mejor en Madrid, aunque las basuras podemitas de Carmena entorpezcan la delicia.