Alfonso Ussía
Mirada de odio
La imagen más desagradable que guardo de la última sesión de la investidura de Rajoy es la que inmortaliza la mirada de odio de Pablo Iglesias. El recuerdo a las víctimas del terrorismo fue despachado por los diputados de Podemos con la más gélida indiferencia. Pero Pablo Iglesias felicitó cordialmente al portavoz de Bildu cuando éste, después de vomitar estiércol en la tribuna de oradores, pasó junto a él en pos de su escaño. El diputado de Ciudadanos, José Manuel Villegas, harto del cinismo de los podemitas, les dijo que estaban del lado de los terroristas. Ha manifestado Íñigo Errejón que Villegas está obligado a disculparse por afirmar que los de Podemos «son amigos de los terroristas». Y ha cerrado la exigencia con un juicio de valor desmesurado. «Es una barbaridad». No, Errejón. La amistad de Podemos con Bildu es evidente. La complicidad de Podemos con Bildu es evidente. La simpatía de Podemos a los terroristas es evidente, y ahí tenemos el elogio desmedido de Pablo Iglesias al etarra Otegui. José Manuel Villegas no hizo otra cosa, en un Parlamento que representa a la ciudadanía española, que decir a la cara a los podemitas lo que pensamos millones de españoles. Y se armó la de Troya. Irene Montero se arrancó indignada y embistió a Villegas, mostrándole los piños caninos con furia desatada. Errejón miraba sin mirar, como en él es habitual. Garzón, que acudió en socorro de sus jefes, no sabía qué hacer ni qué decir, decisión a todas luces digna de elogio porque cada vez que hace o dice algo, es una tontería. Domenech, el del morreo, también se incorporó, como Mayoral y una parte de Carolina Bescansa. Y Pablo Iglesias miraba a José Manuel Villegas con todo el odio posible de reunir en una mirada. Previamente, Iglesias había aplaudido con entusiasmo a Rufián. Y cuando el portavoz del PSOE, Hernando, exigió que Rufián se retractara de los insultos que dedicó a los socialistas, Iglesias y los suyos se mofaron de la ovación unánime de todos los diputados libres de odio que aplaudieron a rabiar la exigencia de Hernando. Irene Montero ataca mostrando los dientes, lo cual no resulta peligroso en extremo. La parte de Carolina Bescansa que se incorporó de su escaño no descendió más de un escalón para no dejar a su otra parte abandonada. Garzón y Errejón pasaron inadvertidos. Domenech se ofreció para un nuevo morreo, pero Iglesias no estaba pendiente de sus labios. Iglesias miraba a Villegas con el odio más odiado de todos los odios posibles y probables. Y ahí, tengo que reconocerlo, me asusté.
Un individuo que mira como Iglesias está infectado de odio. Ahora entiendo muchas de sus incomprensibles e intolerables reflexiones y opiniones. El jefe de una manada de lobos mantiene su poder acerando su mirada. Sus ojos, cuando está dispuesto a la amenaza, se tiñen de amarillos más fuertes para recordar a los demás quién manda y quién ordena. Deja que sus lobeznas muestren los colmillos. Él no precisa de esa demostración de fiereza. Sus ojos lo dicen todo. La mirada del odio. El valiente Villegas pudo retornar a su escaño, pero esa mirada le acompañará durante mucho tiempo.
El cuentecillo asturiano que me hizo reír en la infancia. El niño que llega llorando a su casa con el pánico de compañía. Sus padres quieren saber el motivo de su terror. Anochecía, y en un árbol estaba posado un búho. Y el búho le había conmocionado. –¿Te atacó?-; -no, no atacóme-; -¿Te picó?-; -no, no picóme-; -entonces, ¿qué te hizo?-; -miróme-.
Una mirada de búho es expresión de princesa de cuento comparada con la mirada de odio de Pablo Iglesias. Y eso es lo que asusta. Que un día tenga el poder para desahogar a su gusto y capricho el odio de su mirada.
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