Paloma Pedrero
Morir en el mar
Serrat hablaba de nacer, nacer con padres, miel y mar mediterráneo. Pero muchos, más de ochocientos en lo que va de año, han muerto o desaparecido en ese mar queriendo llegar a Europa. Unos setenta y cinco mil lo han conseguido. La mayoría en las costas italianas, otros en Grecia y Malta. En España han sido unos mil lo que han pisado tierra. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) suplica a los países europeos que tomen medidas urgentes para evitar que está catástrofe empeore en la segunda mitad de este año. Van a venir muchos más, entre ellos una gran cantidad de niños que viajan solos huyendo de guerras y hambres. Niños, mujeres y hombres, buena parte de ellos escapados de la guerra civil de Siria, que viven verdaderos tormentos en estos viajes. En las tragedias siempre aparecen los diablos para dirigir el infierno, mafias que aprovechan el dolor y la desesperación de los inocentes para sacar dinero puto. Estos satanes les hacen entregar el capital ahorrado durante toda su vida para hacinarlos en embarcaciones no aptas para navegar. Sin agua, sin comida, sin chalecos salvavidas. Algunas de estas barcuchas se quedan varadas y lo que habría de ser un viaje de cuatro días, dura hasta el rescate a las dos o tres semanas. O hasta la muerte en el agua de hambre y sed. Espantosa muerte. Los que consiguen llegar tampoco encuentran los corazones de los hombres abiertos. ACNUR ha pedido también a los países europeos que ofrezcan más y mejores condiciones de acogida para los que llegan, incluyendo el reasentamiento, la admisión humanitaria, la reunificación familiar y los programas de visados de estudios o de trabajo. Comprensión y piedad, por favor.
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