Política

Luis Alejandre

Muerte en el camino

Muerte en el camino
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Sabía de sobra el sargento de Ingenieros D. David Fernández Ureña lo que se iba a encontrar en Afganistán. Repetía misión formando parte de la XXXII agrupación que España ha desplegado en el lejano país, la misión que más vidas se ha cobrado. Era especialista en desactivación de explosivos y conocía la forma de actuar de los insurgentes. Un cabrero con su rebaño, una simple caja de cerillas unida a un cable, una bicicleta abandonada, una moto en un puente... De todo se sirven para combatir a unos contingentes que están allí para ayudarlos a recomponer su país, para transferirles parámetros de seguridad lo más próximos a los nuestros, para sacarles de su edad media.

Estos artefactos –«Improvised Explosive Device», IED en el argot técnico de la OTAN– han causado múltiples bajas. Ralentizan los movimientos y las obras de construcción de carreteras y crean incertidumbre y dolor, como el profundo que hemos sentido todos en el día de hoy.

Estos desactivadores de explosivos tienen fama de hombres tranquilos, aunque «la procesión vaya por dentro». Piden quedarse solos para realizar su trabajo, afrontan, asumen, arriesgan en beneficio de la seguridad de otros. Hoy constituyen la vanguardia imprescindible para transitar por rutas como la Lithium o la Opal, que se están abriendo en la provincia de Badghis.

David había asumido lo que citan nuestras Ordenanzas: «Solicitará y deseará ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga». ¡Fuiste consecuente, mi sargento, con tu vocación!