José María Marco

Nación y nacionalismo

Cuando estaba en trance de crearse el concepto de nación catalana, uno de los teóricos del nacionalismo expresó su nostalgia de los tiempos de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Los Borbones habían sido reyes benéficos, que impulsaron el desarrollo de España y también el de Cataluña. Luego el paréntesis se cerró y volvió la decadencia de España y con ella la maldición de Cataluña. Pompeu Gener, que tal era el nombre de aquel catalanista borbonizante, tenía razón. No es ése, como es bien sabido, el camino que ha seguido la historiografía catalana al servicio de la construcción de la idea nacional. Lo que es significativo, sin embargo, es que en la especulación histórica se encuentren algunos rastros de otras formas de ir articulando esa misma construcción.

Efectivamente, deberíamos ser capaces de distinguir entre dos cuestiones. Por un lado está la realidad catalana y algo que, por muy discutido que sea, está ya inscrito en la realidad política española, como es el hecho nacional catalán. Este se encuentra en la referencia a las «nacionalidades» en la Constitución y en el texto del Estatuto. Por otro lado, está el hecho de que la emergencia de esta realidad haya tenido lugar como consecuencia de una crisis nacional española. A consecuencia de esto último, la nación catalana se articuló y acabó cuajando como respuesta a esa crisis y, en buena medida, en contra de España.

Que haya sido así no quiere decir que lo sea siempre, o que los catalanes estén condenados a repetir una y otra vez la obsesión antiespañola de sus antepasados. Esto no conduce más que a dividir a la sociedad catalana y a poner en una tesitura trágica, por no decir histérica, lo que en la vida cotidiana no tiene por qué plantear demasiados problemas. España, por recurrir a una expresión de estos días, no es una anomalía histórica. Lo que lleva a la anomalía es poner a una sociedad ante la necesidad de elegir entre España y Cataluña, con el pretexto, además, de que Cataluña sí es una nación allí donde España no lo es... El ejercicio de pensar de esta forma nueva requiere una cierta sofisticación intelectual y moral, pero eso es lo propio de las sociedades civilizadas. En momentos en los que triunfa la actitud militante, estos refinamientos se pueden obviar. Las distinciones, sin embargo, están ahí y pronto volverán a salir a la luz. Esperemos que algunos nacionalistas catalanes, y algunos socialistas que sienten como suya la nación catalana, no lo hayan olvidado.