María José Navarro

Neneco

La Razón
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Se ha muerto Daniel Rabinovich y ya todo suena peor. Suena peor la música, la vida, suena peor Mastropiero, con lo mucho que hay que empeñarse para que suene mal Mastropiero, por favor. Se ha muerto Rabinovich de Les Luthiers y, cuando te dan la noticia, te cuesta al principio pensar. Pero quién se ha muerto, cuál de todos, ay Dios mío, y ahora qué vamos a hacer. Pero esta gente seguirá, digo yo, o a lo mejor no pueden y nos dejan tirados, y ahora qué vamos a hacer en el día a día, quién nos va a hacer felices, quiénes nos van a hacer reír, quiénes, que tampoco los Monty Python se prodigan demasiado. Se ha muerto Rabinovich, ese tipo maravilloso que dominaba el lenguaje y la lengua (el músculo) en aquellos inolvidables juegos de palabras que repetía sin pestañear, el más histriónico de los Beatles argentinos, el más disfrutón de entre todos sus compañeros, al que le gustaban las giras más que a ninguno, al que no se le escapaba una buena comida o un buen tinto. Un tipo irrepetible que tuvo el buen gusto de negarse a ejercer la profesión de notario para dedicarse a hacernos reír, con ese humor tan fino, tan blanco, tan delicado, ese humor que sólo tienen los grandes, ese humor que te sabes de memoria, que puedes repetir una y otra vez, que puedes recuperar cada vez que se te tuerza un día y que te mejora siempre, que te hace mejor. Se ha muerto Daniel Rabinovich, el hombre que tocaba quince instrumentos serios, pero que disfrutaba dándole sonido a cualquier gamberrada. Ester Piscore se niega más que nunca a ser Terpsícore. Ay, qué pena.