Pedro Narváez

Neymar, el investigado

La Razón
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A las puertas de los juzgados la jauría humana se organiza para tirar ristras de chorizos a los presuntos charcuteros de la indecencia. De ser verdad todo lo que publicamos de ellos merecen acabar en las tripas de un cerdo, el animal del que se aprovecha todo, desde una comisión de oreja a una mordida de chicharrones. Los mismos que aplaudimos la serie documental del momento, «Making a murderer», por su alegato a favor de la presunción de inocencia de Steven Avery, nos echamos al cuello de estos vampiros de la cochinera de España. No podemos evitar ser garantistas y a la vez simples ejecutores de la teoría del barro. De Valencia a Irán pasando por la testa real de la Infanta y los trinques del sur. Es más que posible que la mierda flote, pero mientras tanto lo que queda es el hedor del juicio público a la vez que eso que llamamos el «mayor respeto a la Justicia» siempre y cuando reafirme nuestras teorías, cada uno la suya. A la política hay que exigirle un plus de ejemplaridad, pero no deja de asombrarme que cuando Neymar entra por la Audiencia Nacional la jauría se vuelve mansa, y los hinchas, unos atletas de pasar la mano por el lomo para que el gladiador se tranquilice. El relato es que Neymar es inocente hasta que se demuestre lo contrario, no se plantan pancartas contra los amaños del fútbol en los estadios de las esteladas, y la Infanta es culpable diga lo que diga un fiscal. No entiendan estas líneas como un demérito de los últimos escándalos, sobre todo del valenciano, que es un bidón de gasolina en el estudio de un maestro fallero, sino como una humilde reflexión de que la porquería va por barrios. A Neymar nadie le votó ni hace de la decencia una táctica de juego. Marca goles que valen millones. Es su trabajo. Y sin embargo cristaliza el hígado en una arcada que, en este caso los culés, más que hortalizas rieguen laureles a su paso, como al emperador que emprende una guerra con los bárbaros, en este caso los jueces que deben ser todos del Real Madrid, menos cuando le toca a Benzema. Definitivamente, las estrellas del fútbol son de otra galaxia en un momento en el que los políticos están en el pudridero a la espera de una tumba libre. El público quiere ver llorar a la Pantoja pero ay de quien se atreva a arrancar un puchero a un héroe. Ay de quien ponga sus sucias manos sobre el nombre que los niños llevan en su camiseta. Menos mal que hemos acordado que la Justicia es igual para todos. Pero mientras llega la sentencia, a unos los dejamos bailar samba y a otros les vamos preparando la soga.