Alfonso Ussía

Ni «esta boca es mía»

Silencio. Se trata de alzarse en armas para impedir la construcción de un campo de golf. De organizar magnas manifestaciones para protestar por el fallecimiento de un hermano lobo que ha diezmado un rebaño de ovejas. Putas y malnacidas ovejas que provocan con sus balidos al lobo bueno, que termina por matar a quince para comerse las vísceras de una de ellas. De denunciar al propietario de una casa en ruinas en la mitad del campo que desea reconstruirla y para ello comete la fechoría de desalojar de su interior a una pareja de mochuelos moteados. Se trata de prohibir las corridas de toros para llevar al toro bravo a su extinción natural, exterminándolos en las dehesas. De percibir del dinero público una suculenta subvención con el fin de aumentar en los humedales de Ciudad Real los ejemplares de calamón, cerceta común y rana parda. De sacrificar a las truchas lentamente con la imposición de la pesca sin muerte, aunque las truchas posteriormente fallezcan como consecuencia de la herida que les causa el bondadoso anzuelo. En el caso de los bloques de hormigón enviados al fondo del mar en Gibraltar, silencio. Bloques de hormigón con ganchos para dificultar y arruinar a los pescadores de bajura. Eso no lo consideran los ecologistas de partido, los ideólogos de la naturaleza, los farsantes parásitos y «sandías» una agresión contra el equilibrio natural del mar del Estrecho de Gibraltar. Ni los «campings» que todo lo enguarran, ni los tremendos molinos creadores de «energía limpia» que han destrozado los paisajes de todos los altiplanos, mesetas y cuerdas montañosas de España, ni los bloques de hormigón, molestan al ecologismo sectario de nuestra peor izquierda, disfrazada de positiva y amante de la naturaleza siempre que no sean los suyos o los que cuentan con sus simpatías, los que la destrozan. Un ganadero de Cáceres se vio obligado, años atrás, a abrir el vallado donde pastaban sus vacas porque «impedían la natural movilidad de una pareja de sapos parteros». El ganadero se opuso a la norma, fue multado y algunos imbéciles le llamaron «asesino». Asesino de sapos, para ser más concreto. Pero nada, ni una palabra, ni una queja, ni una demanda de información por los bloques de hormigón lanzados por la borda a los fondos del Estrecho. Los linces viven en sus sierras, ya más abundantes, martirizados por lacerantes collares que emiten unas señales que parecen divertir a unos pocos. Los linces están todos localizados por la profesionalidad de los guardas de los espacios naturales públicos y las fincas privadas, cuyos propietarios son los primeros en gastarse sus dineros para que la maravilla del lince crezca y prevalezca. En el ecologismo sandía, el naturalismo de los parásitos, todo es pedir dinero para gastarlo en congresos, conferencias, reuniones y contactos internacionales con otros ecologistas de su especie. Los cazadores, como los taurinos, carecen de derechos para intentar ser tratados como seres humanos, con excepción de Garzón, Cañamero y Cayo Lara, que son cazadores para el progreso. Tumba una perdiz un conde y es un criminal. Tumba de un certero disparo en el codillo Garzón a un venado, y es un desahogo de sus muchas e injustas preocupaciones en beneficio de la humanidad. Los bloques de hormigón con ganchos depositados en el fondo del mar y en aguas territoriales españolas les importan un rábano. No es de izquierdas defender la soberanía de las aguas territoriales de España en el caso de Gibraltar. Es decir, que tampoco es de izquierdas defender el pan de los pescadores españoles de Algeciras, la Línea de la Concepción o Barbate.

Gracias a la caza, España es hoy un paraíso natural. A los ecologistas les molesta que todo se haya conseguido pese a su oposición demagógica y cretina. La caza en España es una industria más que genera al año centenares de millones de euros y decenas de miles de puestos de trabajo. Pero los cazadores, fundamentales en el cuidado del campo y de los espacios naturales, son unos asesinos despreciables, con las excepciones previamente relacionadas. Cae abatido un macho montés en las rocas de Gredos y el ecologista sandía no puede conciliar el sueño. Pero los bloques de hormigón con ganchos en el fondo del mar le ayudan a dormir plácidamente porque son bloques de izquierdas y bloques progresistas.

Y claro, ni una protesta, ni un barco de «Green Peace» para impedir la falacia, ni un movimiento serio de oposición. Parásitos, gorrones y farsantes. Buen título para un libro.