Martín Prieto

Ni rastro del «efecto cadáver»

Ni rastro del «efecto cadáver»
Ni rastro del «efecto cadáver»larazon

En América descubrí que es un error sociológico despreciar los culebrones televisivos iberoamericanos, especialmente los brasileños que protagonizaba Sonia Braga. El chavismo, el socialismo del siglo XXI, la espada bolivariana (a saber de quién fue) fueron un culebrón tan esperpéntico como inteligente con un guión de intrigas lacrimógenas que tenía que encontrar su capítulo final con la muerte melodramática del galán principal.

Cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos arrumbó la doctrina de Seguridad Nacional cambiando la represión contrainsurgente por la asistencia a las nacientes democracias del subcontinente, previó, al tiempo y brumosamente, un escenario golpista o autoritariamente populista en Venezuela. El pronóstico estaba en los informes que manejaban todas las Embajadas.

El presidente Hugo Chávez y su corte de «Maduros» incondicionales y hoy huérfanos, alargaron «ad nauseam» la extensión de su culebrón con un histrionismo exasperante, un antiimperialismo de repertorio del pasado siglo y una política social de dispensario con paramédicos cubanos y supermercados solo para carenciados.

El fallecido mandatario Hugo Chávez repartió peces pero no enseñó a pescar y lo que ganaba vendiendo petróleo de baja calidad a Estados Unidos (el gran demonio azufresco) lo dilapidaba sosteniendo con crudo a precio de hermanos a los Castro en Cuba y al peronismo de Cristina, la viuda de Néstor Kirchner. Venezuela es más pobre que hace once años, con el gravísimo añadido de la destrucción de la clase media, baluarte de estabilidad, y la división por gala en dos del país.

Con una población de veintinueve millones de habitantes, ganar en Venezuela por doscientos mil votos es un acto de división nacional y la victoria de Pirro. Pucherazo en el cómputo electrónico de los votos, quizás no lo ha habido. Pero también es pucherazo que el Ejército bolivariano afirme en campaña electoral que las tropas están con Hugo Chávez, aunque es más fácil que una mujer fallezca por una afección prostática que un militar venezolano muera en combate.

El final político del chavismo, alargado «in allegro», «in belleza», desde el primer cáncer, aún en el poder, ha sido un estruendo de chatarra ideológica y santería, con Nicolás Maduro hablando con un «pajarito» en la transmigración de las almas.

Durante la campaña electoral, quién parecía un extraterrestre era el candidato de la oposición Henrique Capriles, por su mesura de sudadera y gorra de béisbol frente a un analfabeto político que le llamaba « mariconzón» por seguir soltero. El autobusero despedido por conducción peligrosa, gobernará bajo la Espada de Damocles porque tiene muchos aspirantes en el chavismo que le moverán la silla, o, si tiene inteligencia, pondrá agua en ese socialismo embriagador que está por venir en Iberoamérica y del que abjura hasta la presidenta brasilera, Dilma Rousseff, que debutó como guerrillera marxista-leninista.

La de Henrique Capriles sí que es una dulce derrota como diría Felipe González. Ahora sólo tiene que esperar. Y poco.

Sin olvidar que el ya fallecido presidente Hugo Chávez intentó el poder en Venezuela con un cuartelazo y lo alcanzó electoralmente gracias al huevo de la serpiente: la inverosímil corrupción política y económica del socialista Carlos Andrés Pérez.