Alfonso Ussía
Ni una peseta
Lo he contado. Se celebraba en el Hipódromo de La Zarzuela la Copa del Generalísimo. Aquel año, Franco no pudo asistir y acudió en su nombre el Vicepresidente del Gobierno, Capitán General Agustín Muñoz-Grandes. Se presentó en el Hipódromo conduciendo su propio «Seat 600» y le causó molestia la presencia masiva de coches oficiales. Los ministros usaban el «Dodge» que fabricaba Barreiros, y había siete aparcados en batería en el aparcamiento. Antes de entrar en el recinto caballar, solicitó la presencia del conductor más veterano del PMM, y cuando éste se presentó, el general Muñoz-Grandes le dio la orden. «Vuelvan al Parque Móvil y váyanse a casa a descansar». «¿Cómo van a volver los señores ministros y sus señoras?». «Pues en taxi». Y volvieron en taxi.
Lo he contado. Se celebraba el Día de la cuestación de la Cruz Roja, también llamado el «Día de la Banderita». En Castellana 3, sede de la Presidencia del Gobierno, presidía la mesa la esposa del Almirante Carrero Blanco. Le acompañaban un grupo de señoras, mujeres de altos cargos y de marinos. Y encargó unos pinchos y canapés al restaurante «Jockey», sito en la inmediata calle de Amador de los Ríos. El «maitre» de «Jockey», Félix, acompañó a los camareros para vigilar el buen desarrollo del servicio. Llegó el Almirante y reconoció a Félix: «¿Qué hace por aquí con tanto camarero?»; «Su señora nos ha encargado unos canapés y unas copas para el aperitivo». «Pues le dice a don Clodoaldo (Cortés, el propietario de “Jockey”) de mi parte que considero este servicio como su donativo a la Cruz Roja. No podemos gastar el dinero que no tenemos en estos lujos».
Y Cortés no cobró ni una peseta.
Aunque muchos se empeñen en restregármelo desde su ignorancia, jamás fui franquista. Mis ideales estaban en otros lugares, no tan lejanos físicamente. Pero no cabían dudas acerca del celo y la honestidad en el gasto del dinero público. Los hijos de aquellos dos militares, Muñoz-Grandes y Carrero Blanco, también militares ya en la reserva, cumplieron brillantemente sus respectivas trayectorias castrenses. Luis Carrero Blanco Pichot se retiró de Contralmirante de la Armada, y Agustín Muñoz-Grandes Galilea de teniente general del Ejército. Y les puedo asegurar que tienen menos dinero que quien escribe, que tampoco lo tiene. Sus padres pudieron quedarse con miles de millones de pesetas, y ni una sola de ellas aterrizó en sus bolsillos.
En ese afán cainita de recordar la Historia reciente con una parcialidad y un sesgo deleznables –Zapatero inauguró la etapa del odio nuevo cuando la Transición cerró los tiempos de los enfrentamientos antiguos–, la Ley de la Memoria Histórica se ha convertido, en la práctica, en la Ley de la Venganza. Sólo pretenden ganar una guerra que perdieron los padres y los abuelos de muchos españoles hace 76 años. Hijos de los vencedores están también en el odio y el complejo de inferioridad, y descendientes de los derrotados en el perdón común y el olvido de los pesares. Se gastaron millones de euros para hallar asesinados de un solo lado, y en muchas ocasiones los resultados fueron fallidos porque se hallaron los que no se querían encontrar. Una Guerra Civil es un espanto, la síntesis del horror.
La Ley de la Memoria Histórica, si en verdad desea tener memoria, podría haber revisado y prohibido la Seguridad Social, la más avanzada de Europa, creada por Franco. El Jefe del Estado del régimen anterior falleció en la Paz, en uno de sus hospitales. La Ley de la Memoria Histórica tendría que haber reconocido, aunque a regañadientes, el que una nación ensangrentada y dividida, se convirtiera años más tarde del desastre en la décima potencia industrial del mundo. No se robaba. Con un sistema impositivo ridículo comparado con el demencial y depredador que ahora padecemos, se construyeron todos los pantanos que aún nos dan de beber y nos permiten regar. Se inició la red de autopistas, una de ellas, la más celebrada de todas, la que articuló las provincias vascongadas. En Cataluña se invirtieron centenares de miles de millones , y se puso en marcha el «Plan Badajoz» que rescató a Extremadura de las penurias del siglo XIX.
El franquismo cometió innumerables errores, y no supo ser piadoso en los primeros años. Tan alejado de la piedad como la Segunda República desde 1934, que pasó de ser un régimen legal a un régimen oficialmente asesino. La Guerra fue consecuencia del golpismo del Frente Popular en las elecciones de 1934.
En el régimen de Franco España se desarrolló. Y a partir del decenio de los sesenta la Guerra parecía tan lejana como la de Cuba o Filipinas. Se han empeñado en remover una parte de ella. Y olvidado que España, a la muerte de Franco, era una nación con ilusiones y un tejido industrial y laboral admirable. Con grandes obras públicas culminadas. Con livianos impuestos a los trabajadores. La más justa conclusión respecto a la Memoria Histórica de aquel tiempo, es que no se robó. Sencillamente.
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