Gonzalo Alonso

No es oro todo lo que reluce

La Razón
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Existe una tremenda enfermedad en nuestro mundo: el dejarse llevar por los grandes nombres. Todos vemos la afición que muchos jóvenes y no tan jóvenes tienen por las marcas, ya sean ropas, colonias o palos de golf. En el mundo cultural pasa otro tanto, propiciado por la ignorancia de quienes no siendo artistas sí tienen en cambio capacidad de decisión en tales temas. Muchos hemos escuchado con frecuencia a políticos o responsables artísticos el comentario: «Si yo elijo a un gran nombre para un proyecto, quedo cubierto. Si triunfa es mi éxito haberlo escogido y si fracasa es su problema, porque yo me fie de un nombre contrastado». Y muchos personajes actores del mundo musical lo saben y se aprovechan, porque ser un gran artista no garantiza ser a la vez una gran persona y no un maquinador para conseguir propios beneficios. Queda alguna duda de que Wagner fue un músico extraordinario, pero dejó bastante que desear como persona?

Los ejemplos, de ayer u hoy, son muchos e ilustrativos. Así nos encontramos con un Maazel o un Mehta que apoyaron o apoyan a Andrea Boccelli, engañando al público y al propio artista pop, que no puede cantar ópera si no es con artilugios electrónicos. ¿A qué viene que Mehta se preste a dirigir una nueva «Aida» con él como Radamés y secundarios el resto de reparto, cuando ya grabó una con Corelli, Nilson y Bumbry? O a unos Rostropovich o Levine que cobraron en su día unos setenta mil dólares por concierto con la Orquesta de Verbier, patrocinada por un importante banco suizo. El americano cobraba además una cantidad muy superior por ceder su nombre a la orquesta. El banco en cuestión se gastó millones de dólares en publicidad en una cadena de televisión americana. ¿Acaso justifican todo ello los resultados artísticos? O un Barenboim que pasaba en Madrid los principios de verano a cambio de varios cientos de miles de euros con la promesa de llevar un par de óperas españolas a Berlín, pero que cuando llegaba la hora de su materialización siempre se obtenía la misma respuesta: «vuelva usted mañana». O un Zeffirelli que utilizó el nombre de Callas para vender su caricatura en una película. O algunas escuelas plagadas de grandes nombres a los que casi nunca se ve por sus pasillos. O esos jóvenes que se amparan en apellidos familiares para cobrar el triple de lo que merecen y además piden en cláusulas de los contratos que se silencie porque «acostumbran a cobrar más en todos lados»... Y muchos lo admiten porque tiran con pólvora ajena. Basta ya. No es mucho pedir un poco de sensatez y responsabilidad. Claro, que visto el panorama español en estos momentos, quizá sí sea pedir demasiado.