Julián Cabrera
No tan «papaflauta»
Dejando bien sentada mi profunda desconfianza hacia líderes políticos y sociales que suelen aparecer en épocas, abonadas como la actual para la crítica hacia la clase política y el sistema, tengo que ratificarme en algunos casos que me apuntalan en esa desconfianza, pero también he de reconocer otras reconfortantes sorpresas.
Sobre los primeros , Barack Obama es mi favorito; líder de color, bien parecido, de dialéctica impecable y mensaje directo al corazón de los más débiles en América y el mundo, una joya del marketing de masas. Hoy la realidad sencillamente le pone en su sitio: un político con las mismas contradicciones y ataduras que cualquier otro. Eso es todo.
Pero en quien me quiero centrar es en el que sí me ha sorprendido tras seis meses de liderazgo espiritual y social pero también político, el Papa Francisco. Reconoceré que ese alterar símbolos sencillos, esas fintas a su seguridad personal o su austeridad, empezando por la habitación 201 de la casa de Santa María, me sugerían un populismo muy a lo Evita Perón con aromas del barrio de Boedo, ya saben, el dicharachero distrito bonaerense del club de fútbol San Lorenzo del que es hincha declarado el Papa Francisco. Pues bien, los hechos contradicen mi escepticismo en este caso puntual.
El actual Papa ha cuestionado la existencia de conventos medio vacíos, ha criticado a sacerdotes instalados en la filosofía del funcionario, ha abierto el debate sobre el celibato en la iglesia católica, ha condenado la pederastia pero no ha dejado de mirar frente a frente y sin prejuicios a la homosexualidad y ha dado en definitiva una auténtica pasada por el arcén del siglo XXI al mismísimo Concilio Vaticano II. Bergoglio es algo más que un «papaflauta» del barrio de Flores, es un tipo incómodo para algunos porque va en serio.
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