María José Navarro
Original
Según un prestigioso psicólogo experto en animalicos, los anglosajones casi siempre ponen los mismos nombres a sus perros. En Estados Unidos, Canadá, Australia y Reino Unido proliferan los Max, Jake, Buddy, Jack y Cody, y Rocky, que es muy socorrido. Y para hembra, se sitúan a la cabeza de esa lista Molly, Bella, Daisy, Maggie y Lucy. No he recurrido al prestigioso psicólogo para saber cómo está el asunto en España, pero mucho me temo que aquí siguen petándolo Canela, Chipi, Toby y Blanquita. Yo he sido siempre más de la tercera vía. Aposté por lo alternativo desde que mi amiga Beluchi le puso a su setter irlandés José Eduardo y entendí que otro ecologismo era posible. A los perros grandes, hijos míos, hay que ponerles nombres compuestos. Pedro Luis, José Ángel, Jesús Mari, Magdalena de Todos los Santos, Ana Isabel. Y a los pequeños, hay que llamarlos con un apellido. Camuñas, Menéndez, González Byass. Si es muy fiero, Antequera. Mi amigo Ismael ha optado por bautizarlos con postín aristocrático. Tiene un teckel minúsculo que responde por Antoine Baptiste Pinella Junger Strass y un terrier llamado Lord Archibald Aguas Claras de Bombón. Los apellidos están por debajo del nombre de pila, pero son cosas del criador y ahí no voy a entrar porque es como si le faltaras a los Gómez Acebo. Mira, buen nombre para un carlino. Mi ratonero estaba registrado, tal y como constaba en su cartilla de vacunación, como Rubén Hugo Ayala, aunque si tuviera perro ahora sería un jack russell y atendería por Cristian Rodríguez, aunque en la intimidad preferiríamos dirigirnos a el como «El Cebolla». Ahora bien, si se trata de un loro, les dejo una idea: García Escudero. De nada.
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