Crítica

Otello reciente

La Razón
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En la historia de la ópera hay papeles míticos para tenor. Existen roles muy complicados, como Tannhauser, sin embargo, es Otello el que se lleva la palma en ser aquél en el que prácticamente todos los tenores con cierto peso vocal han querido triunfar. Bueno es recordar sus mejores representantes. El primer Otello fue Francesco Tamagno, una voz muy potente, de agudos sólidos, con el peso de un tenor «di forza» pero capaz de suavizarse para abordar papeles más líricos como «Lucia». Durante los 50 sobresalieron Ramón Vinay y Mario del Monaco. El primero empezó y terminó como barítono. Su voz resultaba algo opaca, el agudo tenso con frecuencia, problemático el pasaje y con dificultad para el legato, lo que le llevaba a declamar más que cantar. No obstante, admiró la profundidad de su interpretación del suicidio. Del Monaco causaba furor desde el «Esultate!», con un poderío y un brillo broncíneo que no ha admitido parangón. Fue el mejor Otello de la historia porque, además, lo actuaba. Ni un problema en el si bemol, el natural o el do porque estamos ante un rol con agudos. En la década de los primeros 70 sobresalió Jon Vickers por la profundidad psicológica de la que impregnaba al moro. Después, sin duda, el gran Otello ha sido Plácido Domingo a pesar de sus dificultades en la zona alta. Las representaciones en la Scala con Kleiber son inolvidables por el equilibrio y modelo de musicalidad que supo llevar a un Otello cantado y nunca gritado. Hay cuatro casos que merecen un recuerdo especial. Giacomo Lauri-Volpi supo sacarlo adelante a pesar de tratarse de un tenor más lírico. Franco Corelli, con la voz ideal para el papel, nunca se decidió a interpretarlo. Pavarotti lo intentó en vano a pesar del apoyo de Solti y Chicago. Carlo Bergonzi, naufragó cuando lo intentó en concierto, ya a los 75 años. ¿Y Jonas Kaufmann? Léanme a lo largo de la semana próxima.