José Luis Alvite

Pánico, arrecife y espuma

Pánico, arrecife y espuma
Pánico, arrecife y espumalarazon

Al cabo de que hubiese ocurrido muchas veces antes, una de aquellas madrugadas en la que me acogió en su casa, nos instalamos en el salón, pinchó algo lento de Sinatra en su tocadiscos y me dijo: «Sé que lo que te arrastra hacia mí no es el amor, como dices, sino el cansancio. Eso, y que preparo bien el gin tonic, tengo un magnífico repertorio de Frankie y que jamás te reprocharía que te dirigieses a mi por el nombre de otra mujer. No importa que todo eso sea cierto. También tú cubres en mi vida un hueco que no sabía como llenar desde que se murió mi último perro y necesitaba de alguien que, cegado por el cansancio, meara en el sitio equivocado. Tú buscas una mujer que te abra su alma, su cama y su cocina, y yo, sinceramente, llevo años esperando por un hombre que empeore el perfume de mi alcoba y sea capaz de regalarme la mañana de un jueves las flores que haya robado la tarde del miércoles en la tumba de mi padre. No acabaremos juntos, querido, pero en medio de la tempestad que nos azota y nos destruye somos tan inseparables como lo son el pánico, el arrecife y la espuma». Mi amiga celebraba interesantes veladas en su casa y guardaba pensamientos escritos por sus invitados en una colección de libretas. Estrené uno de sus cuadernos con la única frase que recuerdo de las muchas que aun conserva: «Es la primera vez que la conversación me hace menos daño que la ginebra». Ella sabe que fui sincero al confesarle aquello y que muchas otras noches la miré a los ojos con sincera emoción y gratitud mientras la vencían a medias el sueño y el ronco palomar de mi voz cansada. Y si hay cosas de mí que nunca le dije es porque me consta que ella quiso tener conmigo la sensación de que mientras dormía la arropó un desconocido.