Alfonso Ussía
Pantalón gris
Sus adversarios le llamaron injustamente el «pantalón gris» porque caía bien con todas las chaquetas. Se referían al gran José María de Areilza, conde Motrico, uno de los españoles más cultos y brillantes de cuantos he tenido la fortuna de tratar, admirar y leer. Su breve paso por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Gobierno de Arias Navarro fue un prodigio de inteligencia y oportunidad. Vendió por el mundo la España de la democracia y la libertad con un presidente del Gobierno que representaba con firmeza la vigencia del franquismo. El formidable político e intelectual vasco fue embajador con Franco, presidente de la Secretaría Política de Don Juan y ministro con Don Juan Carlos. Era tan inteligente que al sentir las primeras nubes, casi imperceptibles, en sus sentidos, se enclaustró en su casa en espera de la melancolía del desa-parecer, como el poema de su amigo Agustín de Foxá. Fue el mayor y más apasionado europeísta, y le gustaba regodearse en el sonido de los pífanos que atravesaban los valles de Europa para anunciar las victorias de los templarios y los cruzados. En el fondo, un vasco romántico que nunca dejó de amar su solar vascongado además de superar todos los horizontes. Un vasco romano. Un español rotundo. Santiago Amón, aquel genio maltratado por la envidia, decía de don José María que era tal su elegancia que al pronunciar «sí» ponía boca de «oui». Un «pantalón gris» al que tanto añora España en tiempos de tan menguado talento y basura en los ánimos.
El auténtico «pantalón gris» de nuestros tiempos no es otro que Federico Mayor Zaragoza, el que firma con Guillermo Toledo, Juan Diego Boto y Marisol rumbo a Río, declaraciones a favor de Arnaldo Otegui y los presos comunes por terrorismo. Es curiosa la decrepitud ética de este personaje, hoy abrazado a «Podemos» como ayer lo estuvo a las altas influencias del régimen anterior. Pero a él, no a otros muchos, se lo han perdonado. Don Federico fue Director General de la Unesco, pero con anterioridad, y por su lealtad demostrada al régimen del general Franco, ocupó gracias al dedo el Rectorado de la Universidad de Granada, mostrándose inflexible con los movimientos estudiantiles de las postrimerías del franquismo. Lo ha escrito y contado un granadino ilustre, molesto para el régimen, Manuel Jiménez de Parga, que terminó presidiendo el Tribunal Constitucional. Y don Federico, con esa capacidad que tienen los pantalones grises para combinar bien con todas las chaquetas, de la mano del siempre influyente e inteligente Rafael Anson, consiguió ser ministro del Gobierno de la UCD con Adolfo Suárez. Fue franquista, aperturista y ahora firma con las izquierdas estalinistas emergentes declaraciones internacionales a favor de un terrorista. Ignoro, y me aburre consultarlo, si Mayor Zaragoza coincidió en la UCD con Gabriel Cisneros, que sobrevivió a un atentado de la ETA de cuyo «comando» formó parte Arnaldo Otegui. Y aunque me aburra y duela consultarlo, creo que la respuesta a esa pregunta es afirmativa.
Nada más aberrante en una persona inteligente que el inmovilismo intelectual e ideológico. Todas las mentes pensantes evolucionan, interpretan sombras de pasadas luces y al revés. Pero una cosa es evolucionar y otra muy diferente saltar de monja a meretriz y de Franco a Lenin. Federico Mayor Zaragoza está obligado a ser respetado por él mismo. Su actitud firmando a favor de Otegui una declaración internacional con cómicos, folclóricas y estalinistas ilusionados no le hace favor alguno. Deja intuir que está solicitando un perdón humillante y humillado por su pasado, cuando en realidad, el pasado de Mayor Zaragoza importa a la gente menos de un bledo y la mitad de un pito. Este hombre ya no sabe qué hacer para seguir en candelero, o en el candelabro de Sofía Mazagatos, de la que mucho se rieron cuando candelero y candelabro tienen igual interpretación. Me duele y conmueve lo mal que está terminando este pantalón gris.
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