Martín Prieto
Para echarnos de comer aparte
En la Quinta Avenida neoyorkina puedes sufrir un ataque de «tedium vitae» y entretenerte poniéndole fuego a una de las banderas de las barras y las estrellas. Probablemente algunos transeúntes te sujetarán para que no te autolesiones, en el convencimiento de que tienes que estar poseso para proceder a tal extravagancia. Agentes callejeros uniformados te trasladarán a una seccional policial y antes de veinticuatro horas estarás firme ante un juez que te multará con quinientos dólares, quince días de cárcel o treinta de servicios sociales a la comunidad. Y no saldrás ni en los periódicos porque no es noticia que un orate ofenda a la bandera nacional. En el 1.600 de Pennsylvania Ave, de Washington DC, frente a las verjas principales de la Casa Blanca, hacen su ronda circulando en fila con sus pancartas los manifestantes por los más inverosímiles requerimientos, protegidos por la Policía para evitar infiltraciones o provocaciones. Madrid es un «manifestodrómo», con una media superior a la protesta diaria, unas ceñudas y otras jocosas, que los habitantes de la capital soportamos con resignación cristiana. Proponer el asalto al Reichstag no se le ocurrió ni a la extinta «Fracción del Ejército Rojo», pero consignar en España el cerco al Congreso le sale gratis a cualquier antisistema de fin de semana. Clausurado el desgarramiento de vestiduras por la Ley Wert, comienza el Apocalipsis de los derechos ciudadanos a cuenta de la Ley Fernández, que hasta sustituye cárcel por multas que jamás pagarán los insolventes del nuevo nihilismo. Pero ¿qué le pasa a la izquierda española que cree que intimidar a cualquiera en la calle o en su casa es un derecho civil protegible? Si le doy una cacerolada de madrugada a mi vecino porque me molesta su televisor, ¿estoy ejerciendo mi derecho a la libertad de expresión? ¿Qué le pasa a nuestra izquierda con toda la simbología institucional para considerar que vejarla y agredirla es fascismo sociológico? En 1982 jefes socialistas, aún políticamente activos, iniciaron una nueva etapa de Derechos Civiles metiendo a la gente en cal viva.
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