Julián García Candau
Parece invencible
Lo peor que le puede suceder a un tenista enfrentado a Rafael Nadal, cualquiera que sea su catalogación, cualquiera que sea su número en la clasificación mundial ATP, es alargar la final, jugarla a más de tres sets. Ello es prolongar la agonía, demorar la derrota y, además, llegar a la bola final deshecho físicamente. He visto a grandes jugadores y finales de Wimbledon y Roland Garros en las que el favorito podía ser vencido. Rod Laver, Ken Rosewall, Borg, Connors, Lendl o Roger Federer, para no ir más lejos, tuvieron momentos en que la derrota se les vino encima.
A todos los grandes tenistas, a todos cuantos han sido número uno, les ha llegado el momento de la caída. Con Nadal siempre da la impresión de que el contrario tendrá que doblar la rodilla. Hay veces en que, por conmiseración, se desea que el partido termine cuanto antes. Ver a quienes tratan de resistir hasta el último instante es acabar por pedir compasión.
Nadal ha estado un año en el banco de la paciencia a causa de la lesión de rodilla de la que hay médicos que recomiendan la intervención quirúrgica y de la que se repone con tratamiento conservador. Su vuelta ha sido esplendorosa. Solamente quebró la racha inesperadamente en Wimbledon al caer en la primera ronda. Fue un instante contra la historia. Después ha escalado puestos ganando los mejores torneos. Federer sale a jugar acomplejado y Djokovic ya se ha convencido de que por más que lo intente, derrotarle es imposible. A Nadal hay que comenzar a considerarle invencible. Al menos así lo parece.
Posdata. La derrota olímpica del sábado en Buenos Aires impone reflexión más que ira.
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