Escultura
Picabia en el MoMA
Después de recalar en la Kunsthaus de Zúrich, la exposición «Francis Picabia. A retrospective» llega al MoMA de Nueva York. Casi 200 obras, entre pinturas, dibujos y revistas, conforman esta muestra en la que, de una manera patente, se puede apreciar el «alma» y seña de identidad de la obra de Picabia: su imposible reducción a un denominador común. Las historias del arte moderno tienden a epitomizar a Picabia como uno de los grandes líderes del dadaísmo, fagocitado durante los años 20 por el universo expansivo del surrealismo. El triángulo mágico compuesto por Duchamp, Man Ray y él ha secuestrado gran parte de la opinión y miradas que sobre su obra se han lanzado. Pero, a diferencia de sus dos grandes compañeros de hazañas, la obra de Picabia supuso un continuo ejercicio de autoinvención que no respetaba referentes ni mitologías. El transitorio «españolismo» de su obra postsurrealista dejó paso, con el tiempo, a un tipo de figuración próxima a los ideales arios, que arrojó sobre él la sombra de sospecha de un coqueteo con la estética nazi. Por no hablar de sus más sugerentes y postreras pinturas eróticas, cuya modernidad disidente, muy alejada del hegemónico informalismo, anticipó algunos de los principales logros de la experiencia pictórica posmoderna, como el encarnado por Erich Fischl. La exposición del MoMA, en la que no falta ninguno de sus trabajos esenciales, constituye, por tanto, una oportunidad sin precedentes para descubrir la multiplicidad de registros de uno de los artistas más célebres y menos conocidos del siglo XX, y, en este sentido, la posibilidad única para ver, en todo su despliegue diacrónico, una obra que se afanó en romper cualquier destino previsible. De todos los artistas de vanguardia, quizá sea Picabia el más desconcertante e inasible de todos.
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