Ángela Vallvey

Picoteos

La Razón
La RazónLa Razón

En los años de la Constitución de Weimar, posteriores a la Revolución de 1918, la mayoría de los alemanes se sentían frustrados a pesar de haber sido agraciados con una carta magna liberal y avanzada. No sabían qué hacer con ella. Eso de la democracia les parecía sospechoso. Eran un pueblo muy disciplinado –y lo siguen siendo, una virtud que les ha reportado grandes beneficios, y también enormes contrariedades–, estaban acostumbrados a recibir órdenes y a acatarlas, no a tener derechos y a tomar decisiones. Lo de la democracia les parecía un cachondeo (en alemán, claro). Se habían habituado a lo que algunos llamaron el «orden de picoteo».

En etología, el orden de picoteo permite a los sujetos conocer sus límites en el reparto de recursos. Saber cuál es su sitio. Ocurre con las gallinas: cuando se pone juntas en un grupo a gallinas desconocidas, al principio montan un revuelo. De ahí vendrá la popular expresión «esto parece un gallinero». O sea: un caos muy animal. Se producen peleas a picotazos. Al estilo Weimar: cuando alguien más fuerte picoteaba a uno más débil también otorgaba a este último el derecho a picotear a su vez a otro aún más endeble, y así sucesivamente... «Tú me picoteas porque eres más importante que yo, pero yo picotearé a otro más insignificante que yo, y de este modo me consolaré pensando que el sistema resulta satisfactorio...». Las gallinas no tardan en establecer un orden de dominancia. En seguida dejan claro cuál es el rango de cada una, de modo que la paz vuelve al gallinero. Algo que no siempre ocurre de manera tan sencilla en las sociedades humanas, donde los picoteos pueden llegar a ser más cruentos que los de un gallinero abarrotado de gallinas que nunca se habían visto antes. Curiosamente, a pesar de que el autoritarismo ha desaparecido teóricamente del horizonte europeo –vacunada Europa, en apariencia, contra las dictaduras después de dos guerras mundiales–, una especie de orden de picoteo generalizado está disponiendo las relaciones de poder, en el ámbito político tanto como en el social. El picoteo a los «inferiores» conforta y repara los daños tras ser picoteados por los «superiores» (hablamos en términos sociales). El resentimiento, así, encuentra una válvula de escape, pero también una puerta abierta para que la presión, el acoso y cierta soterrada violencia, circulen como una fuerza viva e imparable por todo el cuerpo de la colectividad.