Ely del Valle
Piromanifas
Parece mentira que con lo que ha avanzado el mundo, todavía haya quien disfrute de la vida prendiéndole fuego a una foto de un señor al que no han visto en su vida y al que si se tropezaran, a lo mejor hasta se hacían un «selfie» con él. A estos pirómanos de manifestación, además de imponerles la pena que determine el señor juez, que será ninguna, habría que aplicarles el agravante de infantilismo. Lo de quemar fotos y banderas tiene mucho de gamberrada de pandilla de barrio; de machada preadolescente; de gallito de corral que se cree alguien porque tiene mechero y porque es capaz de conseguir que los cuatro de alrededor le secunden. Por lo que se refiere a reírles la gracia, de lo que tiene mucho es de cobardía, de ganas de caer bien, de sumarse a lo que alguien ha decidido que es lo que mola y de ganas de presumir de transgresor siendo más antiguo que el charlestón. Para la tropa independentista, quemar un retrato del Rey es lo más; es todo un símbolo de rebeldía ante una institución que les oprime y les mantiene atados al arado haciendo gala de un notable espíritu feudal, como todo el mundo sabe. Luego, llama la atención que cuando pasan por el banquillo, que son las menos de las veces, sólo hablan de libertad de expresión y alguno hasta lloriquea si hay multa de por medio.
Dice la Policía que está investigando de oficio quiénes han sido esta vez, y los susodichos estarán encantados de ser «el del periódico» por una vez en su vida. Es su momento de gloria, sólo comparable al que vivió durante la manifestación Puigdemont, que más que un presidente hecho y derecho parecía un alumno de internado de frailes al que sacan de excursión y que, dicho sea de paso, tiene un futuro en brazos de la CUP que huele a chamusquina bastante más que las fotos de Felipe VI.
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