Acoso sexual
Polanski y el ardor
A Polanski le han salido más acusadoras, a Kevin Spacey lo borran de un plumazo, hoy seguramente caigan más. Las palabras de Salma Hayek contra Weinstein harían temblar a un junco. La suerte que tienen los lobos anónimos es que no serán portada del «Hollywood Reporter»; seguirán insinuando la entrepierna mientras los demás, los del planeta «celebrity», se desparraman como piezas de dominó. La violencia sexual cotidiana es tan repugnante que no desaparecerá porque el asco es democrático, transversal, universal. Y además, apenas nadie habla de ella, continúa agazapada en el armario de las mentiras y las vergüenzas. Lo decepcionante es que el llamado feminismo dé por buena la injusticia que se comete con presuntos inocentes porque en una guerra «siempre hay víctimas colaterales», y a algunos les ha tocado ese papel. Ninguna injusticia se arregla con otra. En todas las cazas de brujas se acaban quemando a dulces almas que jamás vieron al diablo. Están consiguiendo que podamos compadecer a borricos de pueblo que no han sido juzgados más que por un titular de periódico. Las mujeres y los hombres nos merecemos algo más que una catarsis colectiva que lleve sólo a un histérico tobogán. Que Polanski sea uno de los mejores directores de cine del siglo XX es compatible con que cobije a un monstruo. Sus películas serán igual de excelentes o de bodrios. Si realmente disfrutaba tocando a crías de 10 años que le corten la cabeza, o algo peor, que se trague sus huevos. ¿Y qué pasa con los demás, con los demandados de la clase media intelectual, que están libres de culpa y sin embargo ya han sido desterrados? Spielberg posa con las actrices de su «The Post», en un intento de ensalzar el nuevo feminismo con la excusa de Katherine Graham, la que fuera dueña del periódico del «Watergate». Quién se cree que ese poder femenino sea real si esconde a cadáveres en el baúl como si las mujeres fueran las pobres viejecitas de «Arsénico por compasión», si necesita a primos de Zumosol para evitar el estrabismo en el escote, si da por bueno que se maten moscas con las catanas de «Kill Bill», si ya no distingue entre la seducción y el despelote moral. Un día la nieve, si aún queda, se posará sobre nuestras tumbas. Y al que firma le gustaría que los copos sean blancos y no grises. Que existan los presuntos por los siglos de los siglos. Que los perros no muerdan al tímido olor de la sangre cuando el perseguido sólo se ha hecho un corte durante el afeitado. Por muy justa que sea la causa, está la Justicia. A la que tampoco se puede violar. Para que el #metoo no se quede solo en el circo mediático, hay que tomar los juzgados, las escuelas, las empresas, atrapar a los depredadores y no dejar rendijas por donde respire la venganza.
✕
Accede a tu cuenta para comentar