Pilar Ferrer
Políticos de la transición contra Rivera
De tanto hablar se mete la pata. Qué buena frase para definir al líder de Ciudadanos, Albert Rivera. La pronuncia en una cena privada el ex presidente del Gobierno, Felipe González, que acaba de regresar de Nueva York tras un viaje invitado con el propio secretario general de Naciones Unidas, el coreano Banki Moon. La situación política hierve y los bandazos de Rivera han llegado al máximo. Los últimos son de traca: Dos personas por cuarto en una casa y carnet de joven para ejercer la política. Las burlas arrasan en las redes sociales y Felipe, junto a un grupo de empresarios y amigos de los años de la transición, están atónitos. Rivera afirma que nunca pactará con formaciones políticas que no hagan primarias. Pero, «¿Quién es éste para meterse en la organización de otros partidos?, ¿de qué democracia habla?», se pregunta el ex presidente. Los comensales lo tiene claro: «Este chico, últimamente, sólo dice tonterías». Alguno va más allá y lo califica de «rivereces». O sea, memeces. Los globos sonda del líder de Ciudadanos revelan un político inmaduro, a golpe de encuestas y con un cierto «subidón de cabeza». Dirigentes destacados del 78, la etapa del consenso y la transición, opinan que tiene una «sobreexposición mediática», lo cual le pudo beneficiar en un principio, pero ahora se le está volviendo en contra. Así lo ven dos ponentes de la Consitución, Miguel Roca y José Pedro Pérez Llorca. Ambos ya apartados de la política y dedicados al mundo del Derecho. En el entorno de Roca opinan que «ha hecho un gran servicio contra CIU ocupando el lugar del PP». En medios convergentes se tilda a Rivera de «pijo algo frívolo, un catalán que no entiende la verdadera realidad de Cataluña». En similares términos se expresa el líder de Unió, Josep Antoni Durán i Lleida, para quien Ciudadanos se está beneficiando de la estrategia del PP en temas como la lengua. «Encima le dan alas», advierte. El ex ministro de UCD José Pedro Pérez Llorca siempre ha lamentado la ausencia de diálogo ante «una España fracturada». Hombre clave en los gobiernos de Adolfo Suárez, vivió junto a Miguel Roca los momentos más tensos de la etapa constitucional, tales como el diseño autonómico redactado en el Título de la Carta Magna. «La Constitución nació para superar el régimen anterior y no nace políticamente contra nadie», recuerda. Ello supuso mucho diálogo, horas enormes de trabajo y cesiones por todas partes. Albert Rivera adolece de una doctrina clara, porque no se puede pedir una modificación constitucional sin concreciones. «La palabra reforma se vende muy bien pero hay que saber para qué», matiza este «padre» del texto. Dos catalanes fueron claves en aquella etapa, Miguel Roca Junyent y el desaparecido Jordi Solé Tura. Muy crítico se muestra el histórico Alfonso Guerra, político esencial en la redacción de la Constitución en nombre del PSOE. Con su habitual acidez dialéctica, piensa que Rivera es «un típico niño bien de Barcelona que juega a ser más españolista que el PP». Este discurso le ha ido bien en Cataluña frente a las tesis soberanistas, pero no vale como discurso único en el resto de España. El problema, según Guerra, es que la gente está desencantada, angustiada, en el paro, y ello les dirige hacia partidos emergentes como Ciudadanos: «No es realista, pero encandila porque es muy fácil vender duros a pesetas». Quien fuera el todopoderoso número dos socialista confía en que el electorado sea maduro y define a Rivera como un dirigente sin experiencia, «entre el adanismo y las ocurrencias». Su ascenso obedece a esa apariencia de frescor en el mismo espacio de un PP que se resiste a la renovación. En esto coincide otro político destacado de la Transición, varias veces ministro con Adolfo Suárez y experto jurista, José Manuel Otero Novas. En su reciente libro «Lo que yo viví, memorias políticas y reflexiones», alerta sobre políticos revisionistas como Rivera: «Se presenta como motor del cambio y no para de salir en televisión a decirlo, cuando la legitimidad para hacerlo se debe al pacto constitucional de la Transición». Para Otero Novas, la corrupción ha hecho un daño enorme a los dos grandes partidos. «El PSOE eliminó sus controles y luego el PP no los restauró», asegura. También es muy crítico hacia la inmadurez que supone reclamar políticos generacionales, por debajo de treinta y cinco años. «Lo que necesita España son buenos y honrados gestores, esto no es una cuestión de edad», añade. En general, todos los dirigentes del 78 consultados censuran las propuestas de Albert Rivera sobre la vivienda, exigencia de primarias, regularizar algunas drogas o acabar con el AVE. «Desde luego parece una broma legislar a base de meterse en los hogares o en la vida interna de otros partidos», opinan. De igual modo detectan un frágil y contradictorio programa económico, sobre todo en materia fiscal, como se ha visto en diferentes manifestaciones de sus candidatos. Consciente de su auge en las encuestas y su fuerza como bisagra, Ciudadanos endurece cada vez más sus condiciones. «Algunas líneas naranja del pacto son impresentables», afirman. También critican su posición de no mojarse, tal como se está viendo en Andalucía. «Es como la novia que se ofrece y luego no remata», dice uno de ellos. Felipe González, Alfonso Guerra, Miguel Roca, Pérez Llorca y Otero Novas fueron políticos de enorme altura, con sentido de Estado en una etapa clave, forjadora de la democracia. Todos coinciden en que es preciso superar «tentaciones endogámicas y líderes controladores». Es el perfil de Albert Rivera, al frente de un partido claramente personalista, con todo atado y bien atado. Ciudadanos ha acordado que cualquier acuerdo debe recibir el plácet de un Comité de Pactos integrado por hombres de confianza de Rivera, que controla y actúa como un cortafuegos hacia los candidatos. Así se ha visto en Andalucía, desautorizando desde Barcelona a Juan Marín, pero nadie sabe qué pasará tras el 24 de mayo. Tarde o temprano, C’s habrá de definirse. No obstante, Albert Rivera insiste en su ambigüedad y dice estar abierto a posibles pactos con el PSOE o el PP. Ello revela una «auténtica laguna ideológica», según expertos sociólogos. En los dos grandes partidos piensan que el perfil de Ciudadanos es de centro derecha, aunque unas veces parezca liberal y otras socialdemócrata. En el PP creen que aspira a cubrir su espacio, por lo que han endurecido su discurso contra Rivera. Así lo ha hecho Mariano Rajoy y así lo hizo José María Aznar con su invocación en el mitin de Zaragoza: «Volved a casa», dijo el ex presidente en una clara llamada a los descontentos populares emigrados a la formación naranja. Por su parte, Pedro Sánchez también ha redoblado sus ataques, en Ferraz están muy molestos con la exigencia de la cabeza de Manuel Chaves para permitir la investidura de Susana Díaz. De momento, Albert Rivera mantiene su transversalidad y sus exigencias. En los dos grandes partidos se intenta desactivarle, sabedores de que pueden necesitarle. Desde que un día posó como Adán en el paraíso, el líder de Ciudadanos lleva una frenética agenda mediática y hay quien se pregunta cuánto aguantará. No hay día sin televisión o sin propuestas, y las últimas «boutades» le han granjeado fuertes críticas A falta de una semana para la cita electoral los políticos con experiencia que hicieron la Transición piensan que Ciudadanos es un refugio de descontentos, como lo fue en su día la UPyD de Rosa Díez, ahora en precario: «Un partido cosido con alfileres». Y a Albert Rivera le aconsejan que se retrate. Porque, como dice uno de ellos, «hasta el mejor escribano echa un borrón».
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