Martín Prieto
Pompa y circunstancia
La austeridad no es un recurso inevitable para tiempos de tribulación sino una virtud practicable toda la vida y bajo cualquier condición. Y las instituciones públicas, al margen del libre albedrío de los ciudadanos, han de ser austeras siempre, en bonanza o en escasez, porque esa ha de ser siempre su norma y obligación para sus connacionales. La entronización (el Rey nunca se sienta en el Trono), la coronación (la Corona tiene una circunferencia excesiva que impide su uso) o la proclamación de Felipe VI están siendo puestas bajo una austeridad que no debe llegar a la mezquindad. No hay ceremonia más austera que la jura presidencial en Estados Unidos: al aire libre aunque llueva, esposas, el Presidente del Supremo y una Biblia; y las masas que quieran asistir en campo abierto. Pero hay pompa y circunstancia, la primera de las seis marchas de sir Edward Elgar, que hasta se usa en solemnidades académicas. La proclamación del nuevo Rey parece diseñada por el más rácano contable, y aún no satisface a los más escrupulosos. Lo más oneroso del fasto será la seguridad: cerrar el espacio aéreo de Madrid y poner el aire dos cazainterceptores y un AWACS rastreador de comunicaciones. Otra cosa sería irresponsabilidad criminal. La policía cobra su sueldo, con proclamación o sin ella, y solo son sumables las dietas de los desplazados de provincias. Y la gasolina. No se ve de donde ahorrar. Lo que se va a gastar el Estado en el tránsito no da para una escuela rural, y como seguro que alguna falta, los que desean reducir el acto a una firma protocolaria, podrían aspirar a que el Rey se limitara a jurar en el despacho de Ruíz-Gallardón, que para eso es el Notario Mayor del Reino. Nada de pompa y circunstancia que solemnice un hecho histórico. A mayor abundamiento surgen politólogos de alpargata que sugieren la conveniencia de que el Rey jure de civil, sin especificar si de esmoking, de chaqué o de fondo de armario. Sería una foto de circulación internacional la del Rey revistando a su batallón de honores vestido de pingüino. El futuro Rey Felipe es abogado, tiene una experticidad en relaciones internacionales y es militar profesional de carrera en las tres Armas y comandante supremo de las mismas. Cuando el duque de Edimburgo lleva del brazo a Isabel II para que lea ente Lores y Comunes lo que le ha escrito el Primer Ministro, no va vestido con un abrigo azul oscuro: luce el uniforme de gala de almirante de la Armada británica, de la que es oficial con muchos años de servicio, y a nadie se le ocurre pensar que el poder militar interfiere al civil. Un príncipe combatió en Malvinas pilotando su helicóptero y el príncipe Andrés también es egresado de Sandhurst. Basta repasar la Prensa rosa, sin bucear en la genealogía para comprobar que el uniforme es casi una segunda piel en la realeza democrática. Pero si como Cayo Lara contraponemos monarquía con democracia, los dedos se nos hacen huéspedes. Austeridad, sí, pero en una sucesión real un poco de pompa y circunstancia es el equivalente a la buena educación.
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