Blanqueo de capitales
Por qué Messi no es la Pantoja
Messi estaba en las Bahamas cuando el tribunal dictó sentencia. Ya no eran sospechas mediáticas de que hubiese defraudado a Hacienda, sino que efectivamente lo hizo. El juez le dio el balón de oro: 21 meses de cárcel por fraude fiscal. El pibe nos hacía la rosca entre tatuaje y tatuaje. Hay personajes que proyectan hacia la opinión pública una imagen dramática y construyen un negro relato de su existencia, aunque luego también saquen provecho del llanto, léase Isabel Pantoja. Recuerden aquellas fotografías de mater dolorosa en las escalinatas del juzgado de Marbella, vestida de negro hasta las gafas y derrumbada a lo barroco como una estatua de Bernini. Con Isabel Pantoja, culpable, se tuvo una actitud de las que llaman ejemplarizante. Las masas le gritaban «choriza» y se la envasó al vacío para que se peleara con las presas. Un «vis a vis» de copla antigua y producción barata. Hay otros, sin embargo, que fabrican felicidad, que es otro producto de consumo. Las veces que Messi pasó por el juzgado sus seguidores le aplaudían como si en vez de un delito hubiera marcado un gol, sólo que éste entró en la portería propia. El apoyo recibido por el club, convertido para mal de los aficionados en una extensión de la propaganda soberanista, resulta al menos indecente y fuera de juego. Otra muestra más del victimismo mafioso. El negocio de la náusea. No por ser uno de los mejores jugadores del mundo está libre de comerse el marrón, frase carcelaria que ya hemos hecho cotidiana y a la que Umbral le dedicaría una pieza maestra. El relato de Messi es el de un triunfador con pocas luces. Su padre no juega en la Liga casposa de Julián Muñoz y la corruptela Malaya. Hasta Álex de la Iglesia le regaló un documental hagiográfico, claro, para que el astro vendiera las camisetas que consigue la emoción del montaje cinematográfico. La película de la Pantoja sería un melodrama de Juan de Orduña con un final de saeta. Por eso media España puso el pulgar hacia abajo y la cantante entró en chirona y apenas unos pocos desean que lo haga el hombre de las botas de oro, que parece tener esa bula planetaria de los comecésped, dioses que no rinden cuentas ante los hombres. La chiquillada de cualquier pueblo africano lleva su nombre en la espalda, lo que debería cargar sobre las de Messi la responsabilidad de ser menos fullero. Si fuera un político ardería en una pira del tamaño de cuatro campos de fútbol. Messi no tiene la obligación de ser ejemplar. Ni los compañeros que dicen que se van de putas. Faltaría más. Pero la Ley sí. Y si escarmienta a unos que lo haga con el que pille robándonos. Messi argumenta su ignorancia en el nombre del padre. ¿No era la Justicia igual para todos? ¿O quedó en una frase a medida de una infanta de España? Pues eso.
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