Restringido
Preparar el terreno
El pasado 27 de septiembre los separatistas cosecharon una sonora derrota «plebiscitaria», pero una rotunda victoria «publicitaria». Es decir, perdieron su «referéndum» separatista (tal como lo plantearon) pero han conseguido que el llamado «procés» salga reforzado en su afán de comunicar a su público que el pueblo catalán es una entelequia compacta detrás de un ideal de libertad.
En Cataluña hemos vivido, en estos últimos años, dentro de una burbuja mediática y propagandística sin parangón en las democracias occidentales. Editoriales conjuntas de periódicos subvencionados, afrentas archivísticas salmantinas, memorias históricas en busca de enfrentamientos, reportajes y películas de buenos y malos, denuncias de robos hispanos, quejas de recortes mientras el 3% campaba a sus anchas, propaganda televisiva en un medio ruinoso, humoristas y graciosos haciendo burla de castellanos zotes, tertulianos incendiarios en radios nobles, políticos que de forma astuta se saltan leyes y se presentan mártires o empresarios ricos que juegan con estalinistas para doblegar la voluntad de un Estado a su antojo.
Es cierto que el pasado 27-S los separatistas salieron derrotados, pero será una victoria efímera para los unionistas si no sabemos leer de forma adecuada las causas y motivaciones de una desconexión sentimental de una parte sustancial de nuestra ciudadanía a un proyecto común trenado desde hace siglos. Ahora debe ser el momento de un análisis en profundidad de las causas de la desafección de un 48% de los catalanes a España y cual deben ser las terapias que se deben aplicar para, en primer lugar, revertir la situación y, en segundo, preparar el terreno para que envites secesionistas no vuelvan a aparecer en el solaz de nuestra nación.
No es fácil dicho ejercicio, pero debe hacerse si de verdad tenemos estadistas que estén dispuestos a afrontar el envite. El Estado debe empezar a ejercer sus funciones y los políticos deben dejar de servir a intereses partidistas y entender que nuestro proyecto común ha de estar salvaguardado de políticas cortoplacistas que nos han llevado a la ruina actual (la táctica del llamado «peix al cove» es un ejemplo del chantaje separatista perpetrado durante años para obtener los recursos del Estado para destruirlo), y entender el proyecto común español, alejado de banderías y estériles enfrentamientos. Los separatistas saben que con el control de la educación, el acceso y dominio de los medios de comunicación catalanes y el disponer de un tejido empresarial subsidiado y temeroso; la independencia es cuestión de una generación. Por tanto es el momento de revertir la situación. Si el Estado decide seguir con el mantra de permitir que el separatismo siga invadiendo todos los espacios de vida de los catalanes, el fin de la nación española es cuestión de poco tiempo.
Por el contrario, si el Estado decide afrontar los retos sentimentales de los catalanes con respuestas inteligentes (ley de lenguas, símbolos, fiscalidad), garantizar la independencia de los medios de comunicación y evitar el adoctrinamiento escolar; nuestra nación habrá salido del mayor reto destructivo de los últimos siglos.
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