Cristina López Schlichting
Presidente
Este fin de semana he estado en Almería con Mariano Rajoy. Al tocarle el hombro, he notado osamenta. Hay que ver cómo adelgazan y envejecen los presidentes. Desde Obama a Zapatero, de González a Aznar, menudo cambiazo en un puñado de años. El peso del poder. He encontrado al presidente simpático y cercano, gana mucho en corto, y tranquilo. «Porque tengo detrás a la mayoría de los españoles y la ley. No habrá –lo repite avanzando, a su estilo, el labio inferior– ruptura de España». ¿Gestor eficaz o líder? ¿Qué preferimos? La memoria de los grandes suele estar vinculada a una gesta. De Colón se recuerda el Descubrimiento, más que el largo proceso –media vida– de marinería y pasilleo político, para obtener ayuda de las Coronas europeas. De los Reyes Católicos, la conquista de Granada y la gesta americana, más que la minuciosa construcción del Estado moderno. En la España reciente recordamos a Don Juan Carlos por la defensa en el 23-F. A Suárez, por el arrinconamiento de Arias Navarro. Felipe González es la entrada en Europa. La memoria colectiva es el frágil cociente entre méritos y oportunidad histórica. De nada sirven unos sin otra. El gran Aznar de la recuperación económica, fue apisonado por la Guerra de Irak. Y el Zapatero de los «nuevos derechos» resultó laminado por su lamentable gestión económica. La pregunta es cómo pasará Mariano Rajoy a la Historia. Y, de repente, las circunstancias determinan que esto se decidirá ahora, exactamente ahora, frente al conato secesionista catalán. Ha estado años en la oposición y ha luchado durante cuatro contra una de las mayores crisis de nuestra nación. Con él se ha contenido la prima de riesgo, han mejorado las exportaciones, vuelve a haber confianza inversora. Y, sin embargo, cierta incapacidad para explicar las cosas y una excesiva laxitud ante asuntos graves, lo hubiesen hecho pasar sin pena ni gloria. Mariano era un buen gestor, pero le faltaba proyecto político; controlaba las cifras, pero comunicaba mal; trabajaba bien en la sombra, pero carecía de carisma. Estaba abocado a sacarnos de la crisis y cosechar a cambio una sonora pitada. Y, hete aquí, que se le planta de cara el toro más grave desde el 23-F. Con este vuelco, la flema se hace ventaja; la mano izquierda, virtud; la tolerancia, posibilidad de consenso con los rivales; la prudencia, indispensable para llevar el timón firme en plena tormenta. Y este señor un poco gris, el prefe de la cuadriculada Merkel, este retirado cultivador del ciclismo doméstico y el fútbol, encuentra su momento histórico. El hombre encaja su oportunidad; el político, su gesta, y sale el cociente entre méritos y oportunidad. Espero no equivocarme, por la cuenta que nos trae. Si el buen pie con que ha concitado apoyos en torno a la Constitución y la calma con la que está gestionando el ataque de los separatistas catalanes coronan una buena faena, tenemos líder para rato.
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