César Vidal
Prim, la momia profanada
Me llega a este lado del mundo un nuevo libro del nunca bien ponderado Francisco Pérez Abellán cuyo título es «Prim, la momia profanada». El general fue, sin duda, uno de los personajes más sugestivos de la España decimonónica. Aparte de extraordinario héroe de guerra, tuvo un papel nada menor en lograr la caída de la monarquía borbónica de Isabel II, en forjar el primer orden democrático – y no meramente constitucional– de la historia española y en la elección de Amadeo de Saboya como nuevo rey. El libro de Pérez Abellán pretende, por segunda y definitiva vez, poner orden en la maraña que durante más de un siglo ha envuelto el asesinato de Prim. No se trata, sin duda, de tarea fácil. Quien sabía todo del asesinato fue Benito Pérez Galdós, pero el extraordinario novelista prefirió contar una versión oficial. Baroja, al que Galdós había convertido en depositario de la verdad, nunca le perdonó aquel coqueteo con el embuste por muy bendecido desde arriba que pudiera estar. Esta circunstancia la hemos conocido algunos desde hace tiempo quizá porque nos hemos molestado en estudiar las fuentes. No han faltado tampoco los que lo recordaron de pasada, como fue el caso de Paco Umbral. Sin embargo, una de las realidades pasmosas que quedaron de manifiesto durante el aniversario de Prim fue que ese dato esencial era ignorado lo mismo por celebrantes que por subvencionados, cómicos e hispanistas golfos, productores y conferenciantes. Todo el mundo, como si fuera víctima de un conjuro, fue a Galdós y el resultado sobrecogedor fue que el mito – y con él la falacia– se perpetuó. El libro de Pérez Abellán – espíritu impulsor de la comisión que no sólo estudió el sumario de Prim sino que también sometió la momia del general al pertinente análisis forense– constituye por ello un aporte investigador de primer orden. Deja de manifiesto, por ejemplo, que el general no sólo fue tiroteado sino también apuñalado y estrangulado y que las responsabilidades llegaron hasta las últimas terminales del poder. No quiero entrar en otros detalles de esta interesantísima obra porque me sentiría tan culpable como si revelara quién es el asesino en una trama policiaca. Sin embargo, no puedo ocultar que me ha dejado un regusto amargo. Se ha necesitado casi medio siglo para que Pérez Abellán esclareciera el magnicidio. ¿Cuánto tiempo necesitarán los españoles para poder conocer los entresijos de otros terroríficos atentados que cambiaron su vida de manera incluso más trágica que el de Prim?
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