Alfonso Ussía

Promesas

Cuando en el inmediato futuro se precisa de un milagro y se pide con fe, la petición acostumbra a ir acompañada de una promesa, un sacrificio de costoso cumplimiento. Mi buen amigo de Barcelona Joan Pi i del Poch, pidió a la Virgen de Montserrat que su hija –la nena–, aprobara el examen de Selectividad, que lo tenía crudísimo. A cambio, marcharía de Rodillas desde Barcelona a Montserrat. La «nena» aprobó milagrosamente y Joan Pi i del Poch se derrumbó a doscientos metros de su casa con las rodillas en carne viva y los meniscos pulverizados. Por mucha, fuerte y benéfica que sea la voluntad, hay empresas de imposible culminación. Una gran amiga de mi tía bisabuela Jacinta Zubierrandonea, ofreció a la Virgen del Coro la abstinencia total de ingerir huevos durante tres meses si su marido, el marino vasco Txomin Gudamendi, que vivía en Manila con su amante Giselle, retornaba a España y de ahí, a sus brazos. El marino no volvió, y la amiga de mi tía bisabuela, a pesar del fracaso de su objetivo, cumplió a rajatabla la promesa. Le aborrecían los huevos. He conocido a gente muy rara en mi ya larga vida. De los más raros y extravagantes, Pablito Casabreve (Q.S.G.H.) y al que sus amigos llamábamos Pablito «Chalé-Grande», por la enormidad de su chalé en conocida urba. Sus padres –era hijo único–, le proporcionaron todos los mimos y caprichos posibles y probables. El último, el de criar en un límpido estanque criprinos dorados de la China, esos peces naranjas y dorados de desproporcionadas colas que no sirven absolutamente para nada. Enfermaron todos, y Pablito hizo la promesa de no desayunar caviar iraní durante una semana si los ciprinos sanaban. Sanaron. Pero Pablito no cumplió la promesa y una mañana, el caviar estaba en malas condiciones y Pablito falleció de una aguda intoxicación persa. Con las promesas no se juega. En la casa de Antonio Mingote cuelga de una pared un dibujo de Edgar Neville formidable. Retrata una escena de promesa delegada. Una mujer muy alcurniosa con un pobre. «Dama de acrisoladas virtudes con su pobre favorito, que cumpliendo una promesa de ella irá a la procesión descalzo». Más o menos.

El próximo miércoles, la Selección de España –a ver si en este periódico de mi alma dejan de insistir en «La Roja» como si fueran esclavos de Berlusconi, leches–, la Selección de España –insisto–, se juega la clasificación ante la Selección de Chile. Que la Selección campeona del Mundo caiga de manera estrepitosa a las primeras de cambio, es sin duda, una acción aproximada al mayor de los ridículos. Sería comentado con holgado cachondeo en todo el orbe terrestre. Una eliminación posterior entraría en lo normal, pero después del casillazo ante Holanda, otra derrota contra Chile nos avergonzaría profundamente. En vista de ello, y para acudir al milagro, he procedido a hipotecar mi inmediato futuro con una promesa. En mi familia sentimos una antigua y preferente devoción por San Ciriaco, mártir, hijo asimismo de los también mártires Exuperio y Zoe. Hasta la fecha, San Ciriaco ha pasado completamente de sus fieles devotos, y ya es hora de que trabaje un poco. Así, le he pedido que España gane a Chile el miércoles, con el fin de mantener las esperanzas, no de triunfo en el campeonato, sino de huída del ridículo. Y en contraprestación a mi ruego, he prometido al indolente San Ciriaco que no pisaré la playa en todo el verano. Un verano sin playa. Sacrificio enorme y de muy complicada superación.

Espero ser atendido y garantizo el cumplimiento leal de mi promesa.