Cataluña

Psicodrama con Maragall de fondo

La Razón
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Ayer, en la constitución del nuevo Parlamento catalán, un envejecido Ernest Maragall ofreció el más ajustado ejemplo de cómo una burguesía regional puede fracasar estrepitosamente a la hora de comprender su propio país. Al hermano mayor de aquel que fue presidente autonómico le tocó abrir la sesión. Olvidó que le había caído en suerte esa labor por pura chiripa de edad y, cuando todos estábamos pendientes de temas más candentes como la delegación de voto o la toma de posesión telemática, nos endilgó un discurso gallináceo y populista a base de sus pensamientos y cuitas individuales.

Votantes y periodistas nos preguntamos a santo de qué venía explicarnos su psicodrama personal en momentos inaugurales. ¿De verdad se creía tan importante? Dijo que estaba indignado y llamó exiliados a los fugados y sus opiniones no provocaron ni frío ni calor; porque ya es sabida esa cartilla elemental sostenida por la mitad independentista de la cámara y también todos estamos informados de que la otra mitad no está indignada sino ilusionada con el artículo 155, aparte de muy contenta de que la ley persiga a los tramposos que intentan robar la democracia a todos.

A día de hoy, el principal problema de Cataluña es la contraposición de esa dos visiones administrativas tan opuestas y eso es lo que hay que trabajar. Pero el narcisismo de esta burguesía es tal que sigue pensando que el centro de todo son sus estrictamente individuales rabietas de abuelicos. Ese narcisismo ciego es una de las cosas más complejas que siempre he intentado explicar fuera de Cataluña a quienes me preguntaban cómo es que ahora hay tanto independentista en nuestra región. La explicación es que siempre estuvieron ahí, disfrazados de progresistas. Cataluña es un territorio muy de derechas donde las principales familias son todas tradicionalistas de piedra picada. El mayor, el hereu, siempre era conservador y los hermanos más pequeños, para definir su identidad familiar por oposición, se apuntaban al Partido Socialista Catalán o al PSUC. Pero bastaba salir de copas un par de veces y hablar un poco con ellos para ver que eran unos tradicionalistas minerales, fosilizados, pura reacción y pensamiento pseudomágico de esencias. Todos estos supremacistas disfrazados de progresistas, que ahora pasan al retiro, se hallan en una tarea crepuscular de intentar justificar su ridículo metafísico diciendo que se han convertido en independentistas porque el Supremo no les dejó otra opción al recortar el último Estatuto.

Mienten. A los demás y a sí mismos. Porque hace doce años yo era un tipo anónimo, que por amistades casuales andaba cerca de la órbita socialista, y puedo dar fe de que, en la nuez del socialismo catalán, se decía que si no lo votaba la mitad de la población aquel estatuto no servía para nada. Lo votó un tercio y, en lugar de asumir su gigantesco fracaso y lo que ellos mismos habían dicho en privado, al día siguiente lo llamaron éxito, no dijeron la verdad al público, y siguieron adelante con su condición natural de tradicionalistas para fabricar ese paisaje de mentiras que ahora nos divide.

Esa misma mala conciencia democrática es lo que explica que uno de los principales partidos de derechas de Cataluña se llame a sí mismo, desde hace cien años, Izquierda Republicana, cuando en realidad es más tradicionalista y católico que el propio PP. El narcisismo de toda esta burguesía, que conoció tiempos mejores, es tal que no se da cuenta de que los votantes han cambiado. Se veía ayer en la calle donde ni la convocatoria de la cadena pública TV3, ni los dineros gastados en poner una carísima pantalla de vídeo exterior frente al parque de la Ciudadela, consiguieron congregar a más de cuatro gatos. Ni turba, ni masa, pueblo o agro a su lado.

La gente, tras la crisis, somos ya muy conscientes de lo que cobra un parlamentario. A cambio del sueldo que les pagamos a los políticos exigimos que sean guardianes de las leyes, no que se comporten como reyezuelos que creen poder hacer su capricho o hincharnos la cabeza con sus aflicciones íntimas. Si alguna ley no les parece bien, que propongan cambiarla tras debatirla correctamente. No vale eliminarla de forma exprés a conveniencia particular. Eso no es democracia.