Alfonso Ussía
Puercos
El pobre cerdo y el bravo jabalí acumulan en nuestro idioma las voces de la suciedad, cuando un jabalí no es más sucio que un ciervo, un bisonte, Juan Carlos Monedero o un futbolista de renombre. Al maltratado jabalí se le dice cochino, marrano, puerco, gorrino y guarro, sin ningún tipo de miramiento. Por fortuna, el jabalí no se entera de estas costumbres humanas tan lejanas a la cortesía. Lo primero que hace un jabalí cuando abandona su encame es acudir a una charca a refrescarse, revolcarse, quitarse los parásitos y las garrapatas y tomar contacto con el agua. Mucho más sucia que un jabalí es la jirafa, por buscar un ejemplo sorprendente. La jirafa alcanza la charca, o el río o el lago, abre las piernas y bebe, pero de meterse en el agua, nada de nada. Sucede que es estética y tiene un buen pasar, como los ingleses, que nunca han sido estrictos con la higiene personal. Las grandes familias españolas, en sus palacios, palacetes, palaciones, casonas y mansiones apenas tenían un cuarto de baño por cada planta, lo que nos permite figurarnos el desajuste pituitario que imperaba en sus salones y demás estancias palaciegas.
Pero los más puercos son los futbolistas. Antaño no sucedía. Cada vez que en una retransmisión el realizador ofrece un primer plano de un jugador de fútbol, éste está escupiendo sobre el césped. ¿Acaso el esfuerzo del fútbol requiere de semejante porquería? Si un jugador de Baloncesto, de Balonmano, de Hockey sobre patines o de Fútbol-Sala se dedicara a escupir sobre el suelo de madera de sus canchas, no podría disputarse partido alguno. Los tenistas pueden permanecer en la pista cinco horas ininterrumpidas, y no se atreven a escupir. Terminarían con Wimbledon. ¿Por qué escupen tanto los futbolistas de ahora? «Me revuelve el estómago», decía don Alfredo Di Stéfano, que de eso sabía algo.
He jugado mucho al fútbol, y no mal. En San Sebastián me conocían como «La Quisquilla de Ondarreta». El esfuerzo enrojecía mi rostro y de ahí el apodo. Subía y bajaba, corría como un trueno y sabía levantar el balón mejor que Sergio Ramos para centrar al área. Ramos no ha aprendido todavía que para alzar el balón por encima de los defensas hay que impactarlo en la zona más cercana al suelo de la pelota. Y jamás experimenté la necesidad de escupir.
He visto miles de partidos de fútbol, muchos de ellos de la época dorada del Real Madrid. Y no recuerdo a Di Stéfano, ni Puskas, ni Gento, ni Kopa profanando con la marranada de los escupitajos el césped del Bernabéu. Si escupir es consecuencia del esfuerzo físico, ¿por qué no escupen los jugadores de Baloncesto? ¿Por qué Ruth Beitia, después de cada salto, no escupe? ¿Por qué Mireia Belmonte después de cada carrera de natación no escupe en la piscina? ¿Por qué Garbiñe Muguruza no escupe sobre la cancha de tenis? ¿Y por qué no lo hace Felipe Reyes, que de esfuerzo físico continuado sabe más que los futbolistas?
Porque no son unos cochinos, sencillamente.
Don Santiago, que era amigo de nuestro padre, nos recibió a los seis hermanos menores. Le habíamos pedido que nos centrara más nuestros abonos, que teníamos en la esquina sur de la Tribuna de Preferencia. Y nos ofreció a cambio unos asientos en la tribuna del Primer Anfiteatro, donde se ve el fútbol de maravilla. «Así, estáis más lejos de los jugadores. Cuanto más lejos tengáis a los futbolistas, más os gustará el fútbol. De cerca son muy decepcionantes».
Y eso que aquellos, además de grandes, eran limpios. No escupían. Lo de ahora es una cochinada.
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