El desafío independentista
Puigdemont sí es el hijo de Dalí
Ayer fue el día de los relojes blandos. El tiempo se fue estirando como en «La persistencia de la memoria» hasta acabar en un espectáculo surrealista para el que sí hubiese merecido la pena desenterrar a Dalí. Puigdemont se convirtió así en el hijo del pintor y no esa bruja que andaba por los platós presumiendo de tener la sangre de una jirafa en llamas y que resultó ser una impostora. Dalí consumó, más allá de «El gran masturbador», y concibió en vez de a un hombre con bigote a otro con flequillo. El surrealismo apela a lo irracional, es una realidad que se supera a sí misma en busca del inconsciente que es donde vive el president. Dalí siempre presumió de ser español por eso a los independentistas les da un poco de reparo asomarse a la ventana de Gala y contemplar la verdad. Pero, al cabo, un padre es un padre, aunque sea Darth Vader. «Carles, yo soy tu progenitor», diría el de Figueras. Y Puigdemont cumplió con la familia y montó un circo narcisista y megalómano. «Declaro la independencia de la imaginación y el derecho del hombre a su propia locura», dejó dicho el artista. Dicho y hecho. El «procés» durará lo que tarda una navaja de afeitar en cortar el ojo de una vaca.
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