Marta Robles
Pura ingenuidad
Una pensaba que a estas alturas del siglo XXI el ser humano no era ni tan ingenuo ni tan indecente. Tan ingenuo como para pensar que las personas con discapacidad son tontas y tan indecente como para querer engañarlas y sacar partido de su minusvalía. Sin embargo, aún existen quienes se creen tan listos que acaban resultando los verdaderamente tontos. Es el caso de los aquejados del mal del timo de la estampita y el tocomocho. Ya saben, el primero el del supuesto retrasado que ofrece un sobre lleno de billetes a precio de saldo y el segundo el del que no se da cuenta de que tiene un billete de lotería premiado y lo quiere cambiar por cualquier cosa. No es que yo esté a favor de los timadores de ninguna índole, claro que no, ni que me divierta que los egos de la gente se queden tan mermados como para no denunciar los robos...; pero puestos a castigar, preferiría que enchironasen a quienes matan, roban a punta de pistola o esquilman dineros públicos. Dicho esto, tengo que reconocer que todavía me sigue sorprendiendo que la ingenuidad humana dé tanto de sí. Que en nuestros días haya quien siga cayendo en esos timos tan viejos denota eso, ingenuidad, falta de picardía o tal vez esa prepotencia absurda que anima a unos cuantos a creer que el resto de la humanidad tiene pocas luces, antes de que la realidad demuestre que quien anda completamente fundido es, precisamente, quien lo piensa. No me cuesta nada imaginar que la Guardia Civil, al desmantelar una nueva red dedicada a los timos de la estampita y el tocomocho, no haya podido evitar la sonrisa de ¿pero, hombre de Dios, cómo has caído en ésta?
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