Manuel Coma
Putin revisa el tablero postsoviético
¿Habrá una guerra con Rusia por Ucrania? Antes tendría lugar lo que proponía un partido pacifista danés en la Guerra Fría: el Ministerio de Defensa necesita una sola persona, pegada a un teléfono. En cuanto los soviéticos digan «¡atacamos!», aquel responde: «Nos rendimos». Ese espíritu ha triunfado plenamente en Europa y Washington. No hay más que ver los estremecedores comunicados. Kerry: una intervención rusa sería un error. Obama: tendría costes. Llegado el caso, hay que suponer comunicados todavía más duros y alguna que otra sanción para salvar la cara. Sin embargo, la mejor garantía de que nada sucediese sería seguir la brillante idea de Putin y anunciar maniobras de la OTAN en las fronteras orientales de Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. Sencillamente impensable. Lo que sí es real es la intervención de Rusia. Los mayores ejercicios militares de la historia postsoviética no tienen por qué ser el modelo. Desde que Yanukovich salió corriendo de Kiev, el Kremlin hierve de planes y contraplanes, opciones e implicaciones. Putin no ha abierto la boca. Para amenazar, utiliza a Medvedev, Lavrov y otros, mientras que todo el mundo cree saber cuáles son sus motivaciones. La geopolítica es ya de dominio público. Sin Ucrania, su proyecto de poner a Rusia a la cabeza de un gran bloque euroasiático –para otros, club de autócratas corruptos– es inviable. Su propio prestigio, internacional y doméstico, está igualmente implicado. Se lo juega en Ucrania. Sus primeros movimientos han sido un estrepitoso fracaso, pero la partida no ha hecho más que comenzar. De momento, ha confirmado su desprecio por los occidentales y su consciencia de superioridad. Pero jugar demasiado fuerte puede dar al traste con sus sueños de liderazgo político y moral de una alternativa a lo que considera el blando y decadente democratismo que, más bien a su pesar, preside Obama desde Washington. Hasta dónde podría resistirse Ucrania en solitario no es predecible, pero más que Georgia en 2008, lo que asegura un conflicto mucho más sangriento y destructivo. Mejor usar las fuerzas prorrusas en el interior de su vecino y apoyarlas hasta donde sea necesario, con intervenciones militares pequeñas y poco visibles.
Otra lectura de la cabeza de Putin que ha salido a la palestra estos días es su temor al pésimo ejemplo de una Ucrania democrática y del triunfo de una conspiración occidental para manipular los asuntos internos de un país. Esos temores están siempre presentes en la política de Moscú y los elementos paranoicos de su visión del mundo tienen profundas raíces. La réplica de sus simpatizantes nacionalistas autoritarios es que la realidad es la inversa. El desorden actual en Ucrania y el mucho mayor que se avecina, así como las amenazas a los rusófilos gobernados desde Kiev, no hacen más que aumentar la popularidad de los métodos putinescos en su propio país y dar respaldo a una actuación contundente. La partición del país podría ser suficientemente satisfactoria para el Kremlin y mucho más factible que un intento de imponer su voluntad a todo el país, pero Moscú conoce la realidad de su vecino mucho mejor que europeos y americanos. En líneas muy generales un centro y oeste nacionalista y un este y sur de predominio de rusófonos y rusófilos corresponde básicamente a los hechos, pero cuando se desciende al detalle las líneas están mucho más difuminadas. La mezcla de identidades étnicas es mayor en otras partes que en Crimea, por lo queprever los comportamientos está sujeto a un gran margen de error. Todo en Ucrania está en flujo.
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