El desafío independentista
¡Qué escándalo, aquí se ríe!
Existen muchas maneras de contemplar lo alineado y acorde con la ortodoxia de según qué pautas de comportamiento. Lo que en lenguaje sencillo entendemos como «cogérsela con papel de fumar», desde el terrorista aquel de la banda Baader Meinhof que arrojaba por la ventana del piso franco una tostadora eléctrica por considerarla objeto capitalista, hasta los profetas de esa nueva semántica no sexista que en el éxtasis de su discurso relajan esfínteres verbales y nos apedrean con «jóvenas», «teléfonas» y «pantalonas». En la mayoría de los casos, el denominador común por mucho que se barnice de progresia es la apropiación de libertades y del sentido común, cuando no una incipiente censura talibán. Las voces que se han alzado, tanto en redes sociales como en medios de comunicación planteando la conveniencia de que la Fiscalía pondere si hay un posible delito de odio en la chirigota del carnaval gaditano que parodia sobre «pelar» o decapitar a Puigdemont, además de mostrar una cada vez más preocupante deriva general en la interpretación de lo que ha de ser políticamente correcto constatan que cuando está seca la fuente del relato ideológico, se acaba cayendo en el inevitable enredo de polémicas como arrogarle a una chirigota carnavalesca todo un trasfondo de intencionalidad política o de provocación que ni tiene, ni probablemente quiere.
Pero no pretendo tanto defender la libertad de expresión y la tradición popular de algo que como los carnavales –por algo será– ya fueron prohibidos por la dictadura franquista, como recordar que esa libertad dentro de sus parámetros legales y no como excusa para delinquir es un derecho que tienen los gaditanos y sus comparsas, pero también los madrileños, los gallegos y por supuesto los catalanes. Poder expresarse con ingenio y sin incitar al odio va más allá de una tradición. Sobre todo porque en este caso la segunda no tendría razón de ser sin lo primero. Póngase cada cosa en su sitio, una chirigota sobre Puigdemont no va más allá de provocar la risa de la concurrencia, pero ni más ni menos que algunas caricaturas sobre otros personajes públicos recreadas, pongamos por caso en TV3. Seamos pues consecuentes.
Puigdemont es sin lugar a dudas el personaje español del año con todo lo que le rodea y por lo tanto carne de chirigota, como en otros momentos lo han sido artistas, políticos, empresarios y hasta el propio Jefe del Estado. Basta pues de dobles varas de medir y leyes del embudo en algo que, carnavales al margen, es consustancial a nuestro genoma cultural hispano, el de Quevedo, el de Valle Inclán, el de la generación «hermano lobo» y tantos otros ejemplos contemporáneos que nada tienen que ver con expresiones ofensivas inclinadas a fomentar el odio o la violencia, estas sí vertidas dentro los dichosos 190 caracteres y afortunadamente cada vez más acotadas por la ley dado el nuevo escenario delictivo. Parafraseemos por lo tanto al independentista Rufián ya que sufrimos sus poco graciosas payasadas en el Parlamento: quiten sus manos de la sana risa, porque tampoco es mucho más lo que nos queda.
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