Julián Redondo
¡Qué ilusión!
Con intención deliberada o sin mala fe, al referirse a los equipos de la Liga con un estilo definido y reconocible, Simeone no mencionó al Real Madrid. Sí al Barça, al Rayo, al Celta, al Sevilla, a su Atlético; pero no al vecino. Si lo hizo adrede podría aducir que se le fue el santo al cielo, para disculparse; aunque no parece un despiste. No deja de ser un misterio el fútbol madridista, agitado en los últimos doce años por librillos tan dispares como los entrenadores que los llevaron a la práctica. Corresponde a Zidane, el técnico con menos experiencia en el banquillo de cuantos han entrado en la órbita blanca, dotar al equipo del añorado patrón. Carlo Ancelotti anunció fútbol-espectáculo en su toma de posesión y, atenazado por la innegociable BBC, produjo asombro mientras duró el combustible y los contrarios no contrarrestaron el tremendo poder de las individualidades. Zidane, que en su primera conferencia de prensa como responsable del primer equipo aludió un par de veces con cariño y compañerismo a Rafa Benítez, avanzó las líneas maestras de su programa: «Fútbol bonito, ofensivo y equilibrado. Es mi mensaje». Es lo que pretende inculcar a los jugadores. Y salir con el balón rápido desde atrás, invadir el campo contrario y tener la posesión para conquistar a una grada descreída.
Con el antecesor en casa y el sucesor rodeado de su familia el lunes en el Bernabéu, la ilusión prendió en el madridismo, que a la sombra de esta leyenda aspira a que se repita el «milagro de Guardiola» en el Camp Nou. Zizou resulta convincente por lo que dice y por cómo lo dice, e ilusiona por lo que fue; pero esto es fútbol, un deporte tan grande como devastador que no siempre camina de la mano con las buenas intenciones. Ni siquiera la experiencia garantiza el éxito, y Zidane, estímulo de la frescura, no la tiene. Suerte, maestro.
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