Reyes Monforte
Que paren la guerra
Para resolver los problemas, la palabrería sobra si los hechos no acompañan, y eso es lo que está pasando con la llamada violencia de género. Ahora la clase política necesita seis meses para probar los nuevos protocolos que puedan, por fin, funcionar. Ya se podían haber dado cuenta antes de que algo no funcionaba y reconocer que lo habían hecho mal. Porque lo hicieron mal desde el principio. De hecho, se podían haber dado cuenta cuando en 2004 aprobaron una ley contra la violencia de género llena de agujeros, que nació con vocación de fracaso, ya que parecía hecha para Alicia en el país de las maravillas. Se dijo en su día que había errores, que existían trampas, inquietantes lagunas legales, que faltaban medios materiales y humanos, que determinadas consideraciones que contemplaba la ley no amparaban a las verdaderas víctimas del maltrato, que seguían sin estar protegidas por el sistema y, sin embargo, daban vía libre a indeseables que quisieran aprovecharse del drama humano que supone esta lacra social. Pero algunos estaban demasiado ocupados en dar titulares, hacer declaraciones grandilocuentes como que España es el país del mundo con el sistema más avanzado para luchar contra la violencia de género (¿?) y en aplaudirse los unos a los otros después de tardar 11 años en ponerse de acuerdo para aprobar una ley. Con semejantes mimbres, la cesta hace aguas por todos lados. Y ahora nos dicen que estudian un nuevo protocolo pero que les demos seis meses. Como si esto fuera a parar, como si permitiera una tregua. Se creen Gila cuando llamaba al enemigo para preguntarle si podían parar la guerra. Para acabar con la violencia de género la educación es fundamental, pero para eso algunos ya llegan tarde. Hay que ponerse a trabajar ya, con voluntad y sin argumentos políticamente correctos, sin demagogia e intereses electoralistas, dejando de poner tanto énfasis en cuestiones semánticas que rayan la frivolidad. Nos da lo mismo que lo llamen violencia de género, machismo o asesinato. Preocúpense más por las denuncias, también por los casos que no se denuncian, por la manera de gestionarlos, y menos por entrar en disquisiciones sobre si el piropo es o no violencia. Indigna tanta frivolidad en un tema tan serio. Importan las víctimas y las posibles víctimas, lo demás es ruido. Y es ensordecedor desde hace años. Silencio y a trabajar, que para eso les pagamos, también las víctimas.
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